¿Cómo sostener una discusión con nuestros hijos?
Las discusiones en la vida son inevitables. Discutir es disentir, porque no todos pensamos de la misma manera con respecto a diferentes temas y está bien que así sea. Cuando discutimos saludablemente, es decir sin gritos, ni ofensas ni insultos, respetando al otro, aunque no concuerde con nosotros, ganamos, aunque perdamos.
Uno discute con la pareja, con los amigos, con los compañeros de trabajo, con los familiares, pero una discusión con los hijos puede llegar a dejarte más abatida que a Napoleón Bonaparte en la batalla de Waterloo. Hoy vamos a destacar algunas formas de discutir y argumentar con nuestros hijos, aunque no siempre salgamos ganando.
¿Cuándo vale la pena discutir?
Como adultos, nos cabe la responsabilidad de asumir cuándo es necesario una discusión; si el tema es absolutamente esencial o sólo lo estamos llevando al terreno de una lucha de poder, de la cual, la mayoría de las veces, ninguna de las partes sale beneficiada. Ten en cuenta el estado de ánimo de tu hijo, de nada servirá que quieras mantener una conversación cuando él está distante o dominado por los demonios de la ira.
Recuerda que sólo en el ámbito de la tranquilidad se obtienen buenos resultados.
Las conferencias, para otro momento
Las largas conferencias o sermones ahuyentan hasta al mejor de los oyentes. No malgastes saliva extendiendo las explicaciones de tus argumentos más de lo necesario, ya que para cuando termines, tus cuerdas vocales estarán agotadas y tu niño no habrá entendido nada de lo que le quisiste decir y no habrá sacado nada en limpio.
Nunca está de más un toque de humor para distender el ambiente. Un dicho a tiempo; reirse de uno mismo genera en la otra parte que las defensas bajen y se muestre más abierto al diálogo.
Sabiduría de padres
El reconocimiento fortifica el alma de quien lo recibe. Trata de alabar y felicitar a tu hijo tantas veces como le llamas la atención. Que sienta tu reconocimiento, tu admiración y tu respeto hará que cuando tenga que recibir una reprimenda o un reto esté más abierto a escucharte. Piensa, ¿qué ganas podemos tener de escuchar a quien sólo hace hincapié en las cosas que hacemos mal?
Cuando te equivoques, pídele perdón a tu hijo. Pedir perdón no nos hace débiles, al contrario, nos permite reconocernos seres perfectibles, caminando por la vida tratando de hacer las cosas lo mejor posible. Además, le estarás dando a tu hijo una lección de humildad, sin necesidad de largos y aburridos discursos, acerca de los valores.
¿Cómo manejas tú las discusiones con tus hijos?