Tengo una amiga venezolana que vivió en Palo Alto, California, por un año y una de las cosas que más le llamó la atención de la escuela de su hija, que era pública, fue un cántico que los chicos entonaban, “en la escuela X nos hacemos inteligentes”.
Una frase poderosa que implica que la inteligencia es más que un don innato, nos “hacemos”, lo decidimos, luchamos por ello.
Implica que tiene mayor valor el esfuerzo, porque todo en la vida conlleva trabajo. No basta con tener una habilidad para algo y no utilizarla. Mi mamá siempre me decía que la constancia compensa el talento. Yo era naturalmente buena para materias de lenguaje, sociales, historia, todo lo que implicara leer y escribir. No lo era tanto para matemáticas y física, me costaba un poco más, pero solamente tenía que esforzarme “un poco más”.
Me estaba “haciendo” inteligente

Una vez leí un artículo sobre un experimento que hicieron en una escuela para niños con habilidades extraordinarias (que los hay aunque no son la mayoría). Niños que habían escuchado toda su vida lo inteligentes que eran y que cuando fueron sometidos a propósito a exámenes por encima de sus posibilidades se paralizaban, entraban en pánico. ¿Qué pasó; ya no soy más inteligente? para la mayoría fue un proceso angustioso.
Cuando valoramos la cultura del esfuerzo nos valoramos a nosotros mismos, nos esforzamos y cumplimos con nuestra parte. Eso es lo que hay que enseñarles a nuestros hijos. Sin esfuerzo no hay inteligencia.