En muchos mares del mundo habita un equinodermo que nos enseña cuán dañinas para la ecología pueden ser las afectaciones a los sistemas vivos: el erizo de lima.
Erizo de Lima
Este animalito de largas púas negras es un herbívoro que de manera natural se alimenta de las algas que crecen en los arrecifes costeros, lo que los convierte en pastores que controlan el excesivo crecimiento de dichos organismos.
Caso Tenerife
Mas he aquí que en la isla de Tenerife ha sucedido un hecho lamentable: la pesca desmedida de los depredadores de este organismo, tales como la estrella de mar, el tritón atlántico y las ostras, entre otros, ha causado la superpoblación de los erizos marinos.
Estos han crecido indiscriminadamente, de modo que consumen todos los recursos existentes.
Consecuencia
Como consecuencia de la competencia alimenticia, se ha desatado tal voracidad que termina por esquilmar los recursos del fondo marino y promete dejar en roca desnuda lo que fueran kilómetros de deslumbrante paisaje submarino.
A estas áreas devastadas se les llama blanquizales, allí el suelo es como un páramo totalmente estéril desprovisto de vegetación marina.
Equilibrio
El evento muestra dos cosas importantes: primero, que todos los sistemas vivos tienen un balance propio de la naturaleza, tan exacto como un reloj, que no debe ser violado so pena de provocar alteraciones irreversibles y acabar con especies enteras de organismos vivos.
Segundo, los efectos devastadores de la influencia humana llegan más allá de lo predecible. No sólo el hombre, con su impacto negativo, destruye nichos ecológicos importantes, sino que los resultados de esta extinción funcionan como reacciones en cadena.
Una vez se desatan no hay manera de pararlo, se afectarán nuevos y nuevos sistemas que involucran todo el equilibrio planetario.
Peligro
El erizo de lima no es por defecto una especie peligrosa pero, como ocurre con el resto de los seres vivos, su número y hábitat precisos garantizan el correcto funcionamiento de la naturaleza terrestre.
Aprendamos de este hecho para no tener que seguir lamentando pérdidas que a la larga terminarán afectando a la especie causante: nosotros mismos.