Desde Drácula en adelante los vampiros se han convertido en unas de las figuras más populares de las historias de horror en la ficción, y se ha construido toda una vasta y fascinante mitología a su alrededor que ha ido evolucionando... hasta Twilight.
Pero desde mucho antes de aterrorizar al público con su aspecto lúgubre y su sed de sangre en películas, series y libros, o de cautivarlo con su aspecto seductor y carismático, los vampiros eran grandes protagonistas de cuentos, leyendas y mitos de diversos pueblos y culturas.
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¿Cómo se origina este mito? ¿Tiene una base científica?
La ciencia detrás de los vampiros

Antes que nada, una necesaria aclaración.
Prepárate, porque es una afirmación que puede sacudir tu sistema de creencias: desde el punto de vista estrictamente científico, no se puede probar la existencia de seres muertos vivientes que subsisten alimentándose de sangre humana y a los que puedes combatir mediante la utilización de ajo, un crucifijo, agua bendita, la luz del sol o clavándoles una estaca en el corazón.
Enfoques científicos, sin embargo, han intentado explicar el origen de la leyenda, así como esos sonados casos modernos en los que se habla de «vampiros de la vida real».
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Los vampiros o similares criaturas fantásticas han estado presentes en mitos y leyendas de diversas culturas y desde tiempos remotos, por lo que su origen puede variar. Hebreos, griegos, romanos y culturas mesopotámicas tenían cuentos sobre demonios y espíritus que son considerados tempranos representantes de la noción de vampirismo. Se cree que en la antigüedad las historias de vampiros eran supersticiones surgidas desde el desconocimiento general acerca de la muerte y el proceso de descomposición física del cuerpo, por lo que se intentaba explicar de algún modo todos estos misterios con la existencia de vampiros.
Sin embargo, los vampiros tal como lo conocemos hoy, surgen a partir del siglo XVIII en Europa, especialmente en los países balcánicos.
En 1751 el teólogo francés Augustin Calmet realizó una minuciosa investigación y estudió los reportes judiciales y legales sobre incidentes con vampiros, utilizando un método científico. Después publicó un tratado titulado El mundo de los fantasmas, sosteniendo que la existencia de los vampiros era real.
Calmet escribió:
Muchos demonólogos consideraron el tratado de Calmet como la prueba de la existencia real de vampiros, pero también tuvo muchos que lo criticaron.
Por ejemplo, Voltaire, famosamente enfrentado a las creencias supersticiosas, a la Iglesia Católica y al cristianismo.
En 1764, Voltaire citó el tratado de Calmet en su Diccionario filosófico y ridiculizó la teoría de la existencia de vampiros, aunque el concepto le sirvió para una analogía política:
La emperatriz María Teresa I de Austria terció en el debate sobre la existencia real de los vampiros en ese entonces, poniendo a su médico personal a investigar los testimonios sobre casos vampíricos. El doctor concluyó que las historias eran inventadas y entonces la emperadora prohibió la apertura de tumbas y la exhumación de cadáveres, poniendo fin a la paranoia sobre la epidemia vampírica de la época.
Ya más acá en el tiempo, en 1985, surgió una teoría que sumó muchos adeptos y que vinculaba presuntas historias de vampirismo con una extraña enfermedad de la sangre llamada porfiria. Según esta hipótesis, los verdaderos vampiros no eran otra cosa que personas que sufrían de porfiria, una enfermedad que podría generar cierta necesidad de consumir sangre y también reticencia a la luz solar.
La teoría fue rápidamente refutada por médicos.
A lo largo de la historia también se ha vinculado el vampirismo a enfermedades contagiosas como la tuberculosis, la peste bubónica o la rabia, que aunque difícilmente puedan explicar la existencia de vampiros tales como los de la leyenda, pueden estar asociadas a algunos comportamientos de éstos.
Por último, cabe notar que han existido algunos notorios asesinos seriales en la historia que practicaron rituales vampíricos con sus víctimas, a los que la prensa sensacionalista aprovechó para llamar «vampiros».
Uno de ellos fue Peter Kürten, denominado el vampiro de Düsseldorf, que cometió una serie de asesinatos y violaciones en 1929 y ocasionalmente bebió la sangre de sus víctimas.
Fue ejecutado en 1931 pero no con una estaca de madera sino sencillamente en la guillotina. Cuando colocaron su cabeza en la guillotina, le preguntó a su verdugo: «Dime, después de que mi cabeza sea cortada, ¿podré seguir escuchando, al menos por un instante, el sonido de mi propia sangre fluyendo desde el agujero de mi cuello? Ese sería el mayor placer para mí».
Hay monstruos tan aterradores como los vampiros en la vida real, eso es un hecho.