¿Cómo llegaron nuestros perros a tener su físico actual?
Las animales que más comúnmente acompañan al hombre desde la antigüedad, como los cerdos y sobre todo los perros son, como te habrás percatado, bastante diferentes a sus parientes cercanos no domesticados que habitan en el medio natural. Por lo general, nuestras mascotas tienden a ser mucho más suaves, presentar mandíbulas menos desarrolladas, orejas caídas y flácidas, expresión facial más juvenil y, por supuesto, son mucho más amigables y menos temerosas.
¿Cómo llegaron a adquirir tales características obviamente condicionadas por la interacción con los seres humanos? Unos científicos creen tener la respuesta a esta antigua interrogante.
El síndrome de la domesticación

El llamado « síndrome de la domesticación» fue acuñado hace unos 140 años por el gran naturalista Charles Darwin, quien mientras trataba de formular una teoría general de la herencia, se percató de que los animales domésticos poseían un conjunto de rasgos hereditarios distintivos y bastante inusuales en sus progenitores silvestres.
Estas características implicaban tanto a la fisiología y la morfología como a la conducta, y a pesar de los múltiples estudios realizados desde aquel entonces hasta hoy este «síndrome», más asociado a los mamíferos pero que también se ha detectado en algunas aves y peces, continúa siendo un enigma genético para la ciencia.
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Una posible explicación

La revista Genetics publica un interesante estudio dirigido por investigadores de las universidades de Harvard y Viena en la que plantean una nueva hipótesis para este enigma darwiniano.
Según los autores, el vínculo orgánico entre las características propias de las mascotas podría estar asociado a un grupo de células madres embrionarias conocido como cresta neural. Esta es la primera hipótesis que se ha planteado (no probado aún), que unifica en una sola explicación varios componentes propios del síndrome de la domesticación, detectado además de en perros y cerdos, en zorros, caballos, ovejas, ratones y conejos.
Las células de la cresta neural se forman cerca de la médula espinal durante el desarrollo temprano del embrión de los vertebrados, y a medida que este madura, las células migran a diferentes partes del cuerpo dando lugar a muchos tipos de tejidos. Estos incluyen las células pigmentarias y partes del cráneo, las orejas, las mandíbulas, los dientes, y las glándulas suprarrenales, que son el centro de las respuestas de huída y de lucha.
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Los estudiosos plantean que a medida que los humanos hemos criado a estos animales, podríamos haber seleccionado inconscientemente aquellos con un desarrollo deficiente de esta glándula, lo cual se reflejaría con el tiempo en animales más mansos, con cartílagos de la oreja débiles, poco desarrollo mandibular e incluso despigmentación de algunas zonas de la piel, todas características propias de los animales que han interactuado largo tiempo con el ser humano y que presentan el síndrome de la domesticación.
Para probar la hipótesis de manera experimental, los investigadores ya trabajan en el laboratorio intentando identificar los genes que han sido alterados en la domesticación de animales como las ratas, los zorros y el perro, ya que teóricamente estos genes tienen gran influencia en la biología de las células de la cresta neural de estos animales. Hasta que sea probado, de momento, es lo más cercano que ha estado la ciencia en 140 años de aclarar la antigua interrogante de Charles Darwin.
Interesante hipótesis, ¿no te parece?
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