Lo más importante del método científico es el acercamiento a los hechos a través de la experiencia. En muchos caso esto nos ha permitido discriminar entre certezas y errores y, en otros, cambiar el rumbo de la historia.
Algunos de los experimentos mencionados a continuación pertenecen al área de la física, otros de la medicina y otros al de la química. Lo cierto es que cada uno de estos acontecimientos científicos del mundo significó un antes y un después en la historia de la ciencia.
Los científicos culpables de estas revoluciones fueron: Galileo Galilei, William Harvey, Isaac Newton, Antoine Lavoisier y Benjamín Franklin.
El científico italiano (1564-1642) midió el tiempo que una bola demoraba en trasladarse sobre un tablón, desde una de las esquinas hasta el centro. La superficie que usó medía unos seis metros de largo por 25 centímetros de ancho. Pero el misterio es cómo midió el tiempo que tardó la bolita en llegar al centro ya que no existía el reloj mecánico. Galileo halló la respuesta en la música, a lo largo de la tabla instaló cuerdas muy similares a las que usan los laúdes. A medida que la bola tocaba las cuerdas, Galileo entonaba una canción y usaba el compás de la melodía para medir el movimiento y descubrir una nueva ley: la distancia que demora la bola en viajar es proporcional al cuadrado del tiempo transcurrido.
Al médico inglés (1578-1657) no le convencía mucho la propuesta de Galeno, quien dijo que el cuerpo contenía dos sistemas vasculares, diferenciándolos en un fluido azul vegetativo que corría a través de las venas y ayudaba al crecimiento y alimentación de un organismo y un fluido rojo brillante vital que viajaba por las arterias activando los músculos. En esa teoría, espíritus invisibles movían tales fluidos. Pero Harvey tenía serias dudas, así que tomó una serpiente y le hizo un corte abierto. Con un fórceps apretó la vena principal que llegaba al corazón y comprobó que era este órgano el real motor que impulsaba la sangre a las extremidades del cuerpo.
Los científicos de su época creían que la luz blanca era pura. Sin embargo, habían detectado que cuando atravesaba un líquido o vidrio de alguna manera tomaba otro color. Newton (1642-1727) fue a su casa de campo, se encerró en una habitación oscura, hizo un agujero en la cortina y puso un prisma, observando que la luz se separaba en diferentes espectros de colores. Luego probó hacerlos pasar por otro prisma, logrando que la luz volviera a ser blanca y descubriendo la refracción de ésta.
La lógica del siglo XVIII decía que las cosas se quemaban porque contenían un elemento llamado flogisto, que se desintegraba al exponer un objeto al fuego. El químico francés (1743-1794) no estaba convencido y calentó mercurio en un frasco, demostrando que había algo en el aire que era absorbido por la combustión. Así determinó la acción de un elemento al que llamó oxígeno y, de paso, la composición química del aire.
El científico estadounidense (1706-1790) llevó a cabo en Filadelfia un experimento utilizando una cometa. Ató una cometa con esqueleto de metal a un hilo de seda, en cuyo extremo llevaba una llave también metálica. Luego la hizo volar un día de tormenta y confirmó que la llave se cargaba de electricidad, demostrando así que las nubes están cargadas de electricidad y los rayos son descargas eléctricas. Gracias a este experimento creó su más famoso invento, el pararrayos.