Al llegar a la adolescencia ocurre un fenómeno natural en todas las culturas humanas: los muchachos comienzan a sentir atracción por el sexo opuesto y terminan enamorándose. Para ellos es muy importante que vivan esta etapa saludablemente, pues allí están los cimientos de lo que serán sus futuras relaciones de pareja. ¿Estamos preparados para enfrentar esta situación? ¿Cuál es la postura aconsejable en estos casos?
Los padres deben saber que es completamente normal que los adolescentes tengan sentimientos ideales. Les falta experiencia vital para entender que la realidad no es un sueño, pero no hay que desesperar e intentar obligarlos a aprenderlo. Toda esa comprensión viene por sí sola y se enriquece a lo largo de la vida, entre otras cosas, de la belleza del primer amor.
No hay que perder de vista que cada generación tiene sus propios valores y ello incluye el modo de sentir las relaciones humanas. Nuestros hijos adolescentes no pueden pensar como pensábamos nosotros o nuestros antecesores. Es muy importante respetar ese límite, no intentar presionarlos con moldes con los que no se identifican. Nuestra función es pedagógica, no represiva.
Se deben evitar por todos los medios medidas coercitivas para separar a los adolescentes, tales como castigarlos en su cuarto, desconectar el teléfono, amenazas al amigo del otro sexo. En su lugar es mejor escuchar todo lo que quieran contarnos; admirarlos por ser capaces de sentir cosas sensibles por otro ser humano, lo que afirma en sus valores la relevancia del amor y la ternura; orientarlos con frases racionales y suaves sobre el tema.
Los adolescentes enamorados necesitan recibir de sus padres toda la información posible por una razón básica: es su primera vez y no tienen a qué echar mano. Es la oportunidad de los padres para explicarles que se debe ser paciente y dar tiempo a los sentimientos. Siempre aceptando que tienen derecho a escoger a una persona, se les debe advertir que de las responsabilidades que se contraen en cualquier relación.
Es recomendable que los padres sean prácticos a la hora de expresar sus argumentos. Los adolescentes tienen un desarrollo mayor de la lógica que les permite rebatir los distintos puntos de una discusión. Nunca se debe decirles que algo no puede ser porque no. Si les enseñamos a pensar, ahora hay que ser consecuentes.
Pero la vida moderna es dinámica y el amor se inserta en ella. Los hijos pueden entender cuando un estilo de vida es diferente, cuando algún aspecto de la realidad es inconveniente. No debemos tener miedo de hablar con franqueza. Con suficiente información, los adolescentes logran por sí mismos ir reduciendo los castillos en el aire y tomar decisiones más sensatas, sobre la base de una buena comunicación y el respeto a cualquier elección.