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Más razones para salir a gritar que no haya #NiUnaMenos

29 May 2015 – 07:30 PM EDT

Cuando tenía 15 años un hombre me persiguió. Era domingo y había decidido tomarme el subte para adelantar camino a la casa de mi abuela, en Avellaneda. Como casi cualquier domingo a la mañana había poca gente en la estación y enseguida pude percibir que un hombre me seguía. Primero se me acercó en el andén, después fue adentro del subte, más tarde afuera del vagón y, por último, en la calle, donde decidí tomarme un taxi para perderlo de vista.

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El miedo a salir sola me persiguió durante semanas. Por meses no volví a tomarme el subte en esa estación. Tenía miedo de que ese mismo hombre, o cualquier otro, quisiera vengarse de no haber podido atraparme y volviera a hacerlo para lograr su cometido. Recuerdo muy bien en la panza la sensación de no poder salir de casa sin sentirme desprotegida. Después, esa sensación se convirtió en vergüenza. Vergüenza de tener miedo, vergüenza de no poder salir y hacer mi vida, vergüenza de tener tetas y culo, vergüenza de ponerme pollera y sentirme acosada, vergüenza de existir. Por esa vergüenza no le conté a nadie lo que me había pasado. Me quedé callada, haciendo un duelo interno, esperando que el terror en algún momento se disipara.

Unos años después, armada con la herramienta de la escritura, escribí un cuento relatando lo que me había pasado. Exorcisé, de alguna manera, lo que había sentido en ese día, y lo que siento casi todos los días. Y escribí:  “Al principio no fue más grave que en otras ocasiones. A veces algunos hombres me seguían unas cuadras, murmuraban barbaridades, flirteaban en voz baja o me gritaban en el oído. Sin embargo, unas cuantas pisadas después, pude advertir que no se trataba de esta clase de hombres vacíos, aburridos de sus amargas vidas, que seguían mujeres por algunas cuadras hasta cansarse. La sensación era más intensa: como si un animal hambriento estuviese agazapado ante la presa que está a punto de tragar de un bocado”.

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Esta semana volví a acordarme de esa sensación de acecho que había logrado sepultar y la comparto en este artículo de Radar Feminista. Fue cuando leí la noticia del femicidio de Yésica Muñoz. Yésica Muñoz tenía sólo 16 años, uno más que el que tenía yo cuando me persiguió ese extraño. Según el relato de los femicidas, Yésica había pasado caminando por donde ellos estaban sentados y habían decidido que la esperarían más adelante, cuando estuviera sola, para interceptarla. Después de atraparla, la habían golpeado y violado repetidas veces, para luego dejarla inconsciente en un terreno baldío, a 50 metros de donde después apareció muerta.

Y me quedé pensando… ¿y si Yésica hubiera sido yo, hace unos años? ¿Y si Yésica soy yo, mañana? ¿Y si Yésica es una amiga? ¿Una conocida? ¿Una desconocida? ¿Una desaparecida? Yésica es una de las mujeres que son asesinadas cada 30 horas en Argentina. Yésica podría ser yo, vos, tu hermana, tu cuñada, tu mamá, tu amiga, tu vecina. Yésica podemos ser todas. Yésica SOMOS todas. Porque Yésica vive en el grito de todxs lxs que luchamos para que esto no pase nunca más. Para no haya ni una mujer más asesinada por la violencia machista. Para que no haya #NiUnaMenos.

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Porque decidir salir a marchar y gritar BASTA es también salir a recuperar la calle, es dejar de sentir vergüenza por querer salir solas, es dejar de pensar que si queremos salir de casa no nos estamos cuidando, es reclamar por una sociedad que no le enseñe a las mujeres a “evitar ser violadas” sino a los varones a NO VIOLAR, es reclamar que esto sea un problema de todxs, es pedir que se entienda que el femicidio es la última pieza de un rompecabezas que se arma todos los días, en todas partes.

Por eso el miércoles 3 de junio a las 17 horas en la Plaza Congreso tenemos que gritar #NiUnaMenos, por Yésica, por Chiara, por Ángeles, por Lola, por Melina, por Wanda, por nosotras, por todas. Salgamos juntxs a pisar la calle. Esa que tantos no quieren que pisemos, esa que nos hacen pedir permiso para pisar, esa que nos hace avergonzarnos sólo por existir.

Estudié Comunicación en la Universidad de Buenos Aires y me posgradué en Comunicación y Género. Publiqué dos libros de ficción y trabajo como redactora y consultora en comunicación. Soy feminista y creo que los medios pueden cambiar el mundo.

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