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Los esclavos de la papa El precio de una visa H-2A en Texas

Por PATRICIA CLAREMBAUX y ALMUDENA TORAL
6 de agosto de 2020
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Decenas de trabajadores en una planta procesadora de papas en Texas sufren abusos de sus empleadores y resisten en silencio por miedo a perder sus visas H-2A. Muchos no saben que están siendo víctimas de trabajo forzado, que las cuotas que pagan a un supervisor por sus visas son ilegales y tampoco confían en las autoridades. Creen que si denuncian ellos serán los castigados y no sus explotadores. En este estado fronterizo, un aproximado de 36,000 personas al año viven en esta situación.

Este proyecto fue realizado con la colaboración de The International Women’s Media Foundation y The Carter Center.

Pablo aguantó casi todo para no perder su visa temporal y su trabajo en una productora de papas en Dalhart, en el Panhandle de Texas. Recuerda claramente un día cuando su jefe, Xavier López Palacios, sin razón, lo golpeó en la pierna tan fuerte que lo dejó cojeando. En otros momentos le lanzó manotones para presionarlo y que trabajara más rápido.

Ese mismo supervisor, a cargo de la bodega, también lo insultó a gritos y lo amenazó con llamar a agentes de inmigración para que lo deportaran; bajo sus órdenes trabajó jornadas de hasta 22 horas continuas y quedaba tan cansado que un día se fracturó la mano con una máquina por accidente. Esa vez, dice Pablo, su jefe —quien negó todas las acusaciones— no le permitió cumplir el reposo que le ordenó el médico.

Pablo no se llama así. Su nombre fue cambiado y algunos detalles personales de su historia fueron obviados para garantizar su seguridad y la de su familia, y para evitar represalias de la empresa en la que trabaja.

Lo que viven Pablo y miles de inmigrantes mexicanos y centroamericanos en Estados Unidos se llama trabajo forzado. Según la Organización Internacional del Trabajo, implica que la persona labora bajo coerción por el uso de la violencia, la intimidación o métodos más sutiles de presión, como la manipulación con deudas, la retención de documentos o las amenazas de denunciarle con autoridades de migración. Es considerada una forma de
esclavitud moderna.

Almudena Toral/Univision

Un estudio de la Universidad de Texas, en Austin, calculó que en 2016 hubo en todo el estado aproximadamente 36,970 inmigrantes que trabajaban en el campo en condiciones similares a las de Pablo. A fuerza de descontarles dinero de sus cheques y el cobro de tarifas ilegales, los explotadores quitaron a estos empleados más de 94 millones de dólares de sus salarios.

La cifra de víctimas, analiza el reporte, seguramente es superior pero la mayoría de los afectados, como ocurre con Pablo, no habla del tema. Sufren en silencio, como si nada pasara. Tienen temor de que sus compañeros los delaten y de que aún siendo las víctimas, la policía, el sheriff o un juez revierta la historia en su contra y sin escucharlos los monte en un avión de regreso a la pobreza y el peligro de sus países.

Viven con miedo, como si no tuvieran derechos porque sus visas de trabajo dependen de un empleador abusivo.

“Nunca me dijeron qué iba a tener que aguantar para ganarme ese dinero (...) Tenemos que aguantar todo: el maltrato, los insultos, para el bienestar de nuestras familias y nosotros mismos”, reclama Pablo. “No digo que para vivir súper bien, pero sí para tener un poco mejor a nuestras familias”.

Dalhart es una ciudad pequeña. Tiene poco más de 8,000 habitantes, en su mayoría blancos conservadores seguidos
por hispanos
.

Más del 80% de sus electores votó por Donald Trump en las presidenciales
de 2016.

Almudena Toral/Univision

Estados Unidos

Arizona

Oklahoma

Arkansas

Nuevo

México

Dalhart

Texas

San Antonio

México

Estados Unidos

Oklahoma

Arkansas

Carolina del Norte

Nuevo

México

Arizona

Estados Unidos

Dalhart

Texas

San Antonio

México

Estados Unidos

Tiene pocas calles, la mayoría desoladas y aún así todo se sabe. Hay más lavanderías y hoteles de paso que restaurantes; tiene un solo supermercado y una avenida principal, la Railroad street, que concentra prácticamente toda la diversión del fin de semana: con un McDonalds, un Dairy Queen, un Wendy’s y un Sonic drive-in.

Rápidamente se acaba el pueblo y la vista se pierde en llanuras interminables a las que se llega por caminos de tierra.

Al final de una de esas terracerías, tras rodar media hora en auto, se abren camino los 37,500 acres de terreno propiedad de Larsen Farms, una de las mayores productoras de papa de Estados Unidos, fundada en 1966. Abarca buena parte del mercado del país, con una venta de entre cuatro y cinco millones de sacos al año a emporios como Walmart, desde Texas hasta Florida y Georgia.

Pablo trabaja allí con casi 300 personas cuando llega la temporada de preparación del terreno y plantación, que va de marzo a octubre. Más del 70% de sus compañeros son mexicanos traídos por la empresa con visas temporales H-2A, como él. Son la mano de obra fundamental de esta compañía.

El resto de los empleados reside en Dalhart. Son hondureños, guatemaltecos y también mexicanos, muchos de ellos indocumentados que entregan números de seguro social falsos para ser aceptados en los cargos disponibles. En algunas temporadas también hay adolescentes.

Ellos siguieron trabajando sin parar aún en medio de la pandemia que desató el coronavirus y obligó a cerrar las fronteras de Estados Unidos y la mayoría de los países del mundo.

Víctimas por género

en EEUU

Entre el 1 de agosto de 2014

y el 31 de julio de 2015 , la línea

de ayuda del National Human Trafficking Resource Center identificó a 282 trabajadores con visas H-2A que fueron potenciales víctimas de tráfico y explotación laboral.

Mujeres 2.48%

Hombres 97.16%

Países de origen

de las víctimas

México

Guatemala

Perú

Sudáfrica

Fuente: Tráfico laboral en Estados Unidos, Polaris Project

Víctimas por género en EEUU

Entre el 1 de agosto de 2014 y el 31 de julio de 2015 , la línea de ayuda del National Human Trafficking Resource Center identificó a 282 trabajadores con visas H-2A que fueron potenciales víctimas de tráfico y explotación laboral.

Países de origen

de las víctimas

Mujeres 2.48%

México

Guatemala

Perú

Suráfrica

Hombres 97.16%

Fuente: Tráfico laboral en Estados Unidos, Polaris Project

Más de una decena de personas entrevistadas por Univision Noticias —con visas o sin ellas— aseguran que sufren o sufrieron abusos en esta empresa. Su dueño y presidente, Blaine Larsen, un estadounidense que vive entre California y Idaho, admitió a Univision Noticias haber escuchado desde hace años quejas que no pudo comprobar y sobre las que no hubo ninguna actuación de la compañía.

Pablo llegó la primera vez a Larsen Farms por recomendación de un conocido. “Él pidió la oportunidad para mí, como pasó con varios de los que vinimos: personas que habían estado trabajando también pidieron una oportunidad para ellos”.

Esa vez, un supervisor de la empresa —que no era el mismo que le maltrataba y amenazaba— le cobró más de 1,000 dólares alegando que se trataba de una especie de ‘cuota’ por concepto de su visa. “Te vamos a echar la mano”, recuerda que le dijo José Ramón Huaracha Escamilla por teléfono antes de viajar a Estados Unidos.

A cambio, Pablo debía hacerles ese pago sin dejar rastro: “¿Quieres o no?”, le preguntó. Él aceptó: “¿Quién va a decir que no a una oportunidad de esas, de venir a trabajar aquí? Todos sabemos eso (del cobro de visas) y todos nos callamos”.

Ya en Dalhart, cada quincena durante meses Pablo dice que entregó en efectivo una parte de su cheque a este supervisor, José Ramón Huaracha. Otra parte se fue a México para mantener a su esposa e hijos; y en su comunidad, pagó una ‘cuota’ más de cientos de dólares a un delincuente para que no le hiciera daño a su familia.

Trabajadoras sortean papas en Larsen Farms. Almudena Toral/Univision

Otros trabajadores vienen de zonas dominadas por carteles de la droga y destinan una parte de sus quincenas a pagar cuotas adicionales para proteger a sus allegados en México.

José Ramón Huaracha es hermano de Antonio Huaracha, quien desde diciembre de 2015 es el gerente general de Larsen Farms en Dalhart. Ambos han trabajado en la empresa desde hace más de una década y en 2011, el propio Blaine Larsen los transfirió desde la sede central en Idaho a Texas para que establecieran y operaran la nueva planta.

Además de ellos dos, en la empresa hay más Huarachas contratados: el padre de ambos, que es tractorista; y tres hermanos más, uno encargado de los troques, otro que es operador y en algunas ocasiones trabaja la tierra, y uno más que cumple funciones de soporte y monitoreo en el campo.

Rebecca Guerra, exgerente de Recursos Humanos de Larsen, asegura que en Larsen Farms los Huaracha han instaurado una cultura “corrupta” y de “favoritismo”. Ellos deciden quién puede ser contratado y quién recibe un trato privilegiado. “Tienes que tener el apellido Huaracha para que te acepten o tienes que ser muy conocido de ellos para poder ser alguien”, reclama.

imagen familia Antonio (el segundo de izquierda a derecha) y José Ramón Huaracha (en el extremo derecho) en una foto familiar. Fuente: anónima.

Ella ejercía un cargo que la mantenía en contacto con los empleados. Conversó con al menos cinco que tenían visas H-2A y fueron aceptados en la empresa bajo los mismos términos que Pablo. En todos los casos, el pago era hecho al mismo supervisor, José Ramón Huaracha. Eran montos entre 1,500 y 4,000 dólares.

Guerra explica que los empleados se reunían con ella fuera de la empresa por miedo a ser descubiertos y sufrir retaliaciones, y ellos le contaban cómo funcionaba el esquema de pago de visas: “Me rogaban que no le dijera a nadie”, asegura. “Quería reportarlo, pero tenía miedo, capaz que él (José Ramón) me metía en problemas o me amenazaba. Por eso nunca dije nada”.

Dice que reportó además otros abusos a Antonio Huaracha, pero las denuncias siempre fueron menospreciadas y quedaron sin solución: “No querían escuchar, siempre tenían una excusa”.

Almudena Toral/Univision

En abril de 2020, Univision informó a la empresa por escrito de las acusaciones contra José Ramón Huaracha recabadas durante ocho meses de investigación y conversaciones con empleados, y solicitó una entrevista. Una semana después de conocer estos señalamientos, el propietario de la empresa viajó a la procesadora de Dalhart y se puso en contacto con Univision.

“Ramón renunció, ya no está en la compañía”, señaló Blaine Larsen durante una entrevista telefónica el 23 de abril de 2020, en la que dijo haber quedado “paralizado” y “molesto” al conocer los detalles de las acusaciones contra uno de sus supervisores en Dalhart.

Explicó que la dimisión ocurrió cuatro días antes, el 19, y que el empleado le negó personalmente las alegaciones. “Si puedo probarlo, demandaré a Ramón”.

Almudena Toral/Univision

José Ramón Huaracha explicó en una entrevista con Univision el 24 de abril que desde 2017 era el encargado de elaborar las listas de personas contactadas desde México para trabajar en la empresa bajo el programa de visas H-2A, y además era el supervisor de riego de toda la siembra y del rancho. Anotaba los nombres de los “recomendados” por otros encargados o por el resto de los empleados: “A los que me daban gente les decía: ‘Si esta persona queda mal, no hace buen desempeño, ¿tú estás dispuesto a perder tu trabajo?’. Ellos decían que sí; otros se echaban para atrás”.

Luego, José Ramón Huaracha hablaba por teléfono con los aspirantes. Contó que les decía: “Se ocupa esto y esto, ¿tú cuentas con esas cualidades? Puedes cumplir bien de boca pero no hay como hacer bien el trabajo. Aquí vas a venir a trabajar, yo confío en tu palabra, pero de ahí vas a ganarte un lugar o no”.

Señaló que en esa conversación no detallaba ni los términos de la contratación ni les pedía un pago extra por incluirlos en la lista de trabajadores H-2A de esa temporada: “Eso es mentira”, se defendió.

Almudena Toral/Univision

Al contrario, dijo que hubo ocasiones en las que eran los aspirantes quienes le ofrecían dinero a él. “La gente de México sí (me) ha ofrecido mucho dinero. Hay gente que me llegó a hablar diciéndome que me ofrecían lo que le pagaban a un coyote para que los trajera. Yo nunca agarré dinero, nunca le cobré a ninguna persona”.

Al final, en medio de las acusaciones de empleados y exempleados que lo señalan de estar a la cabeza de la venta de visas en Larsen Farms, José Ramón Huaracha dimitió en una carta escrita a mano que entregó al departamento de Recursos Humanos y de la que, asegura, no guardó copia: “Decía que mi renuncia era porque se estaba hablando injustamente de mí y yo me estaba retirando porque quería estar bien con mi familia”.

Ese mismo día visitó las viviendas de los trabajadores en Larsen Farms acompañado de otros dos supervisores, incluyendo a uno de sus hermanos, para informarles de su renuncia. Según las fuentes consultadas dejó una última amenaza: “Si hablan les va a ir mal”.

José Ramón Huaracha negó haber intimidado a los empleados con aquella frase: “Hablé con la gente y lo que les dije bien claro es: ‘Yo ya voy a dejar de trabajar con Larsen, el por qué me voy de Larsen es porque de mí se están hablando estas razones, so esto no es cierto’”, explicó. “Les dije: ‘Yo yéndome de aquí, ustedes le tienen que echar ganas para que ese puesto siga con ustedes, porque yo ya no voy a estar’”.

A inicios de mayo de 2020, el Departamento de Justicia contactó a Univision en el marco de indagaciones de la agencia federal contra José Ramón Huaracha. El 21 de julio se hizo pública una queja criminal en su contra. Fue acusado de fraude en la contratación de trabajadores extranjeros y conspiración para cometer fraude desde febrero de 2018 y al menos hasta junio de 2020. Ese mismo día fue emitida una orden de arresto en su contra y fue detenido.

Almudena Toral/Univision

El documento explica que los agentes especiales del Departamento del Trabajo a cargo de la investigación entrevistaron entre el 27 de mayo y el 18 de junio a siete empleados y exempleados de la empresa que describieron un esquema de ‘pay to play’ por el que debían pagar a José Ramón Huaracha a modo de “ayuda” entre 1,000 y 1,500 dólares para ser incluidos en la lista de contratados con visas H-2A.

“Se supo que Huaracha, miembros de su familia en México y otras personas de su confianza se acercaban a potenciales trabajadores H-2A en México y a personas que ya trabajaban en Larsen Farms para decirles que debían pagarle a Huaracha para que sus nombres aparecieran en una lista que él controlaba y que era usada por Larsen Farms para patrocinar las visas H-2A de la siguiente temporada”, se lee en la queja, que señala que las víctimas eran escogidas “cuidadosamente” y que los únicos que no debían pagar estas cuotas eran los miembros de su familia.

Un segmento de la primera página de la queja criminal contra José Ramón Huaracha.

La fiscal del Distrito Norte de Texas, Erin Nealey Cox, explicó a Univision que luego Huaracha presionaba a los trabajadores con “mantener los pagos de 1,000 dólares o más en secreto tanto de Larsen Farms como de las autoridades”, lo cual “violó las leyes que rigen el programa
de visas H-2A”.

La exgerente de Recursos Humanos Rebecca Guerra fue una de las entrevistadas por los investigadores del Departamento del Trabajo. Según la queja, les dijo que creía que Huaracha cobraba la mitad de la cuota cuando los potenciales trabajadores aún se encontraban en México y el resto una vez que eran traídos con visas a Estados Unidos.

Uno de los trabajadores explicó que se enteró de que debía pagar 1,500 dólares a José Ramón Huaracha porque conocía a la persona que colectaba el dinero en nombre del supervisor. Él mismo mostró mensajes de texto en los que discutía con otra persona los pagos por ese monto. Relató que mientras esperaba su viaje a Estados Unidos en un hotel mexicano con otros trabajadores H-2A, todos hablaron sobre la cuota que debieron cancelar para poder trabajar en Larsen Farms.

Almudena Toral/Univision

Otros empleados contaron que ellos y sus familiares pagaron entre 1,000 y 1,200 dólares por ser incluidos en la lista de contratados del supervisor. A uno de ellos, identificado en la demanda como trabajador H-2A número 4, José Ramón Huaracha lo contactó directamente para explicarle en qué consistía el empleo y decirle “que había un acuerdo tácito de que el trabajador H-2A número 4 debía ayudar a José Ramón Huaracha haciéndole un pago de 1,000 dólares”.

Polaris Project, que maneja la línea telefónica nacional de denuncias de tráfico humano y comparte sus datos con el gobierno federal, ha identificado en entrevistas con inmigrantes (de distintas empresas) que las tarifas cobradas por visas pueden llegar incluso a los 5,000 dólares, y tienen evidencia de que lo mismo pasa en sectores como el hotelero, de restaurantes o trabajo doméstico, con otro tipo de visas.

En el informe ‘Tráfico Humano en Estados Unidos: una mirada más cercana a las visas de trabajo temporal’ señalan que estas son pagadas a reclutadores, a empleadores o a supervisores directos por dos razones: para cubrir los gastos por la obtención de la visa o simplemente como requisito para que les
den el empleo.

Oficios con alto riesgo

de sufrir tráfico laboral

Tamaño de la comunidad

Tasa de victimización

Víctimas estimadas

Trabajadores

agrícolas

132,034

28%

36,970

Servicios de

limpieza

233,610

36%

84,100

Trabajadores

de cocina

190,390

32%

60,925

Construcción

101,250

35%

35,438

Trabajador

de jardinería

63,050

27%

17,024

Fuente: Tráfico Humano en números,

Universidad de Texas, 2016

Oficios con alto riesgo de sufrir tráfico laboral

Tamaño de la comunidad

Tasa de victimización

Víctimas estimadas

Trabajadores

de cocina

190,390

32%

60,925

Trabajadores

agrícolas migrantes

132,034

28%

36,970

Servicios de

limpieza

233,610

36%

84,100

Trabajador

de jardinería

63,050

27%

17,024

Construcción

101,250

35%

35,438

Fuente: Tráfico Humano en números, Universidad de Texas, 2016

Detalla que los abusos y el fraude que viven los inmigrantes comienzan desde que les hacen la oferta para un puesto, con promesas que se desvanecen una vez que llegan al campo: “A los trabajadores se les da información errónea de su salario, de sus horarios, de las tarifas asociadas, de las condiciones de la vivienda y de sus beneficios”.

Según el Departamento de Seguridad Nacional, el cobro de estas tarifas por parte de supervisores a empleados es ilegal. Deben ser asumidas enteramente por el empleador que solicita a la persona: “Un peticionario, agente, facilitador, reclutador o prestador de servicios para obtener empleo tiene prohibido cobrarle al trabajador con visa H-2A una tarifa u otra compensación (directa o indirectamente) en ningún momento como condición para darle el empleo”.

Pablo se sorprendió al saber que esa tarifa era ilegal. Pensó que era parte del trato. Para 2020 dijo que José Ramón Huaracha le aumentó la cuota a más de 1,500 dólares. Explicó que otros inmigrantes debían 1,800 dólares o más, según la duración de la visa. “Creo que no hay una persona que haya venido sin pagar algo”, opina.

El cobro de visas H-2A en Larsen Farms no es un descubrimiento de última hora para Antonio Huaracha y Blaine Larsen.

En una entrevista en febrero de 2020, el gerente general de la planta reconoció que en otros tiempos ha sabido de supervisores que piden ‘cuotas’ por debajo de la mesa a los trabajadores para traerlos a la empresa con ese permiso temporal.

“Ya hemos pasado por eso (...) Recuerdo que hubo un tiempo en que uno no podía estar en México para estar hablando con la gente. Poníamos a una persona ahí: ‘Tú encárgate de juntármelos a todos, apunta los nombres, listas, números de teléfono y toda esa información’ (...). Necesitábamos a alguien que coordinara todo eso”.

Antonio Huaracha, el gerente general de Larsen Farms en Dalhart, en la bodega de la compañía. Almudena Toral/Univision

“Después se empezaron a quejar la gente (sic): ‘No, pues, nos están cobrando por esto, nos están cobrando por aquello y lo otro’”, recuerda.

“Siempre ha habido ese problema, pero como te digo, no puedo controlar eso. Es algo que tratamos de blindar que no pase, pero I don’t know”, explica Huaracha.

Con aquel precedente y como gerente de la planta en Dalhart desde hace cinco años, aseguró que siempre le pedía a sus empleados de mayor rango —incluyendo a supervisores, como su hermano José Ramón Huaracha— que no cobraran cuotas a los trabajadores. “Porque aparte de que no está bien, nos van a meter en broncas o ustedes se van a terminar yendo al bote, una de dos”, les advertía. “Yo creo que no estamos cobrando, pero como te digo, no estoy seguro”.

Huaracha explicó que por eso no volvió a tener reclutadores en los estados, sino que son los mismos empleados quienes recomiendan a otras personas a través de los supervisores.

Almudena Toral/Univision

Y entonces los contratados vienen desde Sinaloa, Sonora, Zacatecas, Jalisco, Veracruz, Michoacán y Guanajuato, de donde es Antonio. Él viajó desde allí a Estados Unidos cuando tenía 20 años y como muchos: recomendado por unos primos que ya estaban en la procesadora de papas de Idaho; además vino indocumentado para trabajar y ayudar a su familia en México, igual que José Ramón Huaracha.

"Todos los que vienen pagan”, explica este extrabajador mexicano de Larsen Farms, quien prefiere no identificarse por miedo a represalias. “Pagas al manager aquí”. Aunque él trabajó en Larsen Farms indocumentado, tiene amigos que lo hicieron con visa H-2A. Asegura que todos tuvieron que pagar en mano a José Ramón Huaracha. Si no, no los traían en la siguiente temporada.

Almudena Toral/Univision

Antonio Huaracha reconoció en una entrevista telefónica en abril de 2020 que comenzó a escuchar con más fuerza los rumores directos sobre su hermano seis meses antes de esa llamada. “Hemos traído a gente aquí, a recursos humanos, para preguntarles si han sido partícipes de este tipo de cosas, si les han cobrado por venir a trabajar. Hasta ahorita no hemos tenido suerte con nadie”.

El presidente de la empresa, Blaine Larsen, también había oído este tipo de comentarios “posiblemente desde hace tres a seis años”. Luego resurgieron durante esta primavera. Esa última vez, asegura, intentó confirmar o descartar el rumor entre los empleados: al menos dos personas le hablaron del tema, pero ninguna le presentó evidencias y por eso no les creyó. “Me cuesta mucho determinar quién miente y quién dice la verdad”.

Según la queja criminal, Larsen había pedido a sus encargados de recursos humanos que conversaran con algunos trabajadores con visas H-2A: “Cualquiera que viniera con la verdad sobre haber hecho pagos a José Ramón Huaracha sería automáticamente incluido en la lista de trabajadores para regresar en siguientes temporadas”, narra la demanda. Sin embargo, nadie habló. La trabajadora de recursos humanos consideró que el silencio se debió al miedo a sufrir represalias.

Almudena Toral/Univision

“Me gustaría llegar al fondo de esto (...) He estado investigando. Te puedo dar nombres, como el de una mujer que me dijo que tenía pruebas y nunca me mostró evidencias. Y esto fue hace dos años. Ese rumor ha estado allí”, explicó Larsen. Y aunque no ha logrado acumular pruebas tampoco entiende el temor de los trabajadores para denunciar a José Ramón Huaracha ni la cultura de miedo con la que opera su propia empresa.

Las papas que se venden en Walmart, United, HEB y otros supermercados pueden venir de Larsen Farms. Almudena Toral/Univision

“No puedo creer que Ramón le haya tapado los ojos a Antonio de esa manera, creo que Ramón es deshonesto e inmoral, en mi opinión. Para mí, Antonio y Ramón son como la noche y el día”, dijo Larsen al exculpar al gerente general de su empresa.

En distintas ocasiones, Larsen pidió a Univision Noticias que le ayudara a contactar a las fuentes citadas en este reportaje bajo la promesa de que no habría retaliaciones contra quienes le ayudaran explicándole lo que pasa en su empresa.

“Las cosas cambiarían si alguien me mostrara cómo cambiarlas. No quiero ser dueño de una empresa contra la que hay todas estas acusaciones (...) Si la gente tiene que pagarle a alguien para poder venir a trabajar para mí, si tienen miedo en su lugar de trabajo y no pueden ni ir al maldito baño, qué tipo de trato es ese. Eso no es un lugar de trabajo, es una prisión”.

Almudena Toral/Univision

Luego de que José Ramón Huaracha renunciara, Blaine Larsen constituyó un comité para la selección de las personas que entrarían en la lista de trabajadores H-2A. Estaba conformado por sus supervisores, por sus encargados de recursos humanos y por él mismo. Con esto, explicó, buscaba evitar que las decisiones quedaran en manos de una sola persona.

Entre las víctimas también están quienes aseguran haber sido sometidos a métodos de control económico, con deudas generadas, por ejemplo, por los gastos de viaje a Estados Unidos. A otros les hacen recortes sin explicación alguna en sus cheques. Ambas cosas le ocurrieron a Pablo en Larsen Farms, pero también a nueve trabajadores y extrabajadores —incluyendo a indocumentados— con los que Univision Noticias conversó.

Tipo de abuso laboral

Información reportada por personas con distintas visas temporales de trabajo que sufrieron abusos de sus empleadores.

Salario y hora

34.18%

Otros

13.89%

Violación

de contrato

26.42%

Despido

injustificado

15.52%

Condiciones de trabajo

peligrosas, inseguras

e insalubres

10%

Fuente: Tráfico laboral en Estados Unidos, Polaris Project

Tipo de abuso laboral

Información reportada por personas con distintas visas temporales de trabajo que sufrieron abusos de sus empleadores.

Otros

13.89%

Salario

y hora

34.18%

Condiciones

de trabajo peligrosas,

inseguras e insalubres

15.52%

Violación

de contrato

26.42%

Despido

injustificado

10%

Fuente: Tráfico laboral en Estados Unidos, Polaris Project

Una demanda contra la procesadora de papas introducida en diciembre de 2015 puso en evidencia algunos de esos abusos. Agentes de la empresa habían prometido —solo de palabra— pagar a tres trabajadores locales, José Duarte, José Ruiz Esparza y Jorge Ruiz, 15 dólares la hora en una cuenta de 40 horas semanales y 22.50 dólares por las
horas extras.

Al final los hacían trabajar como choferes de camiones incluso durante las horas de almuerzo sin pago alguno, y la cuenta del tiempo trabajado —y pagado— llegaba incompleta: “El demandado Larsen no pagó a los demandantes ni con el salario mínimo de 7.25 dólares la hora ni con el salario prometido de horas extras de 22.50 dólares por hora”, explica el documento de la demanda.

Cuando Jorge Ruiz reclamó al líder de su equipo, Luis Huaracha —también familia de Antonio—, él primero le gritó. Un día después, su supervisor, Sergio Madrid, lo despidió. La queja señala que se trató de una retaliación.

Un trabajador guatemalteco de Larsen Farms en su casa a finales de 2019. Este trabajador es uno de múltiples empleados y exempleados que dicen que les pagaban cheques incompletos. Después de haber trabajado en Larsen Farms durante muchos años, a finales de 2019, su supervisor le dijo que viniera solo algunos días de la semana. Él y varios guatemaltecos más relataron a Univision que los corrieron porque había llegado un nuevo grupo de trabajadores H-2A.
Almudena Toral/Univision

A José Duarte le hicieron la misma oferta salarial, pero un día uno de sus supervisores se lo llevó al campo, a 30 millas de la planta en Dalhart, y ahí le informó que ya no le pagarían lo que le habían ofrecido, sino menos de 10.50 dólares la hora, una reducción de entre 40 y 50%. Tuvo que renunciar. La empresa nunca reconsideró honrar la oferta inicial. Este caso se resolvió con un acuerdo entre las partes.

Fuera de esta demanda, Univision Noticias conversó con al menos seis personas que aseguran que incluso las idas al baño están limitadas a dos por día. Cuentan también que reciben warnings (amonestaciones) o los mandan a la casa sin pago como castigo por ir a tomar agua durante la jornada, o por querer ir a descansar cuando se acabó el turno pero los supervisores les exigen seguir trabajando; por recibir visitas no autorizadas en la vivienda que les da la empresa o por negarse a cumplir una orden. La mayoría de los entrevistados señaló como responsable de estas denuncias a Xavier López Palacios, encargado de la bodega.

El complejo de viviendas para trabajadores H-2A más grande de Larsen Farms, donde vive Pablo, está escondido en mitad del campo entre árboles y almacenes de papas, a 20 minutos manejando de la sede de la empresa. Esto dificulta que los trabajadores puedan caminar hasta el pueblo más cercano y pedir ayuda.

Almudena Toral/Univision

Varios empleados con visas H-2A aseguran que en esas casas en las que viven, son vigilados por personas de confianza de los jefes que sirven de delatores y les cuentan todo lo que hacen los trabajadores cuando no están en las bodegas o en el campo. Por culpa de esa vigilancia es que muchos se ganan amonestaciones.

José Ramón Huaracha negó tener mando sobre esas casas a minutos de la empresa. Dice que a las que están bajo su cuidado iba una vez al mes: “Cada vez que me reportaban que algún empleado no hizo el aseo (...) iba y hablaba con esa persona (para) que se pusiera las pilas, que hiciera lo que tiene que hacer”.

Pablo dice que cuando salen en el autobús de Larsen a hacer la compra en el Walmart más cercano, a más de una hora de las viviendas que están cerca de la empresa, también son castigados si no regresan en el mismo bus tipo escolar.

Dos autobuses escolares utilizados por Larsen Farms para llevar a sus trabajadores H-2A a hacer mercado aparcados fuera del Walmart de Dumas un domingo por la mañana. Almudena Toral/Univision

Ese vehículo es básicamente la única forma que tienen de salir de la vivienda que les da la empresa en un fin de semana cualquiera.

El presidente de la empresa dijo estar “sorprendido” de que existan esa clase de abusos contra los empleados y aseguró que no puede creer que sus supervisores procedan de esa manera.

A mediados de junio, el supervisor Xavier López Palacios fue despedido. Larsen explicó que varios trabajadores lo señalaron de acoso sexual y de obligar a los trabajadores a darle dinero. En una entrevista a finales de abril, el exsupervisor negó estas acusaciones tras ser consultado por Univision: “Eso es totalmente falso”, respondió en su defensa.

El 21 de julio López Palacios fue arrestado y acusado por el gobierno de Estados Unidos de fraude y mal uso de visas, permisos y otros documentos. La acusación criminal explica que tras una auditoría descubrieron que para trabajar usaba una identificación del estado y un número de seguro social falsos. Supieron entonces que su nombre real es Gregorio Fernando López Martínez. Ahora se encuentra en custodia del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE) en Amarillo, Texas.

“López Martínez admitió que los había presentado (los documentos falsos) para obtener empleo, que sabía que eran falsificados y que se los había dado un amigo”, se lee en la queja.

En Dalhart no hay activistas contra el tráfico laboral ni organizaciones no gubernamentales que puedan asistir a los migrantes. Tampoco hay oficinas de abogados probono a las que puedan acudir para hacer una simple consulta. La ayuda más cercana de estas organizaciones está en Amarillo, a hora y media de camino en auto hacia el sur. Pero casi nadie sabe a quién llamar o a dónde ir y si lo supieran, no tienen el tiempo para hacer el viaje en medio de tanto trabajo y cansancio.

Tampoco confían en la policía o el sheriff, y las autoridades de ambas instancias están conscientes del porqué.

Almudena Toral/Univision

El Instituto Buffett-McCain para combatir la esclavitud moderna es una de las dos organizaciones que están comenzando a adentrarse en el problema de tráfico laboral en el Panhandle de Texas. Un equipo de unas cuatro personas va directamente a las viviendas y lugares de trabajo de los empleados agrícolas a explicarles sus derechos y escuchar sus preocupaciones. No todos les abren la puerta.

Gonzalo Martínez de Vedia, gerente de programas de la organización, explica que en esta zona las posibilidades de que una denuncia por tráfico laboral acabe con una decisión a favor de la víctima son ínfimas.

En el Panhandle de Texas, dice, las policías locales “no tienen los recursos ni el conocimiento para entender que lo que se está dando cuando alguien denuncia que lo amenazan o fuerzan en el trabajo es un crimen federal”.

En consecuencia, los trabajadores saben que si denuncian, sus explotadores no terminarán encarcelados y ni siquiera acusados.

En la práctica, la falta de confianza de las víctimas en las instituciones se evidencia claramente en las estadísticas de la oficina del sheriff del condado Dallam, donde está Larsen Farms, y en las de la Policía de Dalhart. Ambos aseguran que no tienen ni un solo caso reportado de tráfico laboral.

El sheriff Shane Stevenson, por ejemplo, explica que su oficina solo recibe reportes por robo a casas y negocios o por drogas.

Cuando sus cuatro agentes salen a la calle a patrullar —de noche o de día— atienden una o dos llamadas por esos temas; no por denuncias de trabajo forzado o esclavitud laboral.

“No hay evidencia que muestre algún tipo de trabajo forzado, al menos no en mi condado”, dice el sheriff Stevenson.

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“Si alguien es víctima de un crimen queremos estar al tanto. Haremos lo que podamos para ayudarle y si es indocumentado lo trataremos como a cualquier otra persona (...) Nos centraremos en los crímenes que se cometieron en su contra”, asegura Stevenson.

Sin embargo, para ayudarlos necesitarían que al menos uno de sus agentes hablara o entendiera español, pero el único que lo hacía renunció hace unos meses.

Si existiera una acusación contra esa persona por un crimen serio, explica el sheriff, y en el proceso notan que es indocumentado, entonces contactan a ICE y el caso pasa a instancias federales. En este punto el inmigrante podría estar en riesgo de deportación.

El jefe de la Policía de Dalhart, David Conner, sabe que el hecho de que los extranjeros no denuncien responde a la poca credibilidad en la institución.

El jefe de policía David Conner en su oficina en Dalhart. Almudena Toral/Univision

“Los trabajadores indocumentados necesitan aprender a confiar en nosotros”, señala Conner, aunque reconoce que existe “una línea muy fina porque no solo estamos encargados de hacer cumplir la ley estatal, sino que también tenemos que cumplir con las leyes federales”.

Eso implica, por ejemplo, que si una persona es víctima de trata laboral y reporta un crimen, la policía le pedirá documentos para verificar su identidad. Si corresponden a otra persona, explicó, pueden solicitar otro papel adicional para constatar la información. Si la víctima no lo entrega, pueden llamar a las autoridades migratorias para que la persona sea procesada por tener documentación falsa. Y así es como el abuso que sufre una víctima queda sin respuesta de parte de las autoridades y el abusado acaba cuestionado por la justicia.

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Si la persona no tiene un documento con el que demostrar quién es, entonces también podrían llamar a migración. Cualquiera de las dos opciones son para Conner parte de su trabajo, aunque sabe que con ello hace que sencillamente nadie reporte el abuso que sufre.

Conner asegura que la ley estatal le exige verificar la identidad de la persona y que no hacerlo podría tener consecuencias: “No voy a perder mi trabajo por nadie”.

Kirsta Melton trabajó 20 años como fiscal en San Antonio y hasta diciembre como subjefa de asuntos criminales en la Oficina del Fiscal General de Texas.

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Melton rebate la postura del jefe de policía al explicar que cuando se trata de víctimas de tráfico, la ley federal e incluso la estatal tiene excepciones para proteger a estas personas y darles un estatus migratorio —una visa para víctimas de crímenes o de tráfico humano— mientras se resuelve el caso, un proceso que puede tomar años.

“El estatus de una persona es irrelevante para mí como fiscal si se está cometiendo un crimen en mi jurisdicción y sé que puedo hacer algo. Mi trabajo es buscar justicia para esa víctima”, dice.

Cree que la respuesta del oficial de policía demuestra su desconocimiento para identificar un crimen “tan increíblemente grave” como el tráfico humano.

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“Considero que están interpretando la ley de forma incorrecta (...) No ven a una víctima de tráfico sino a alguien que entró ilegalmente al país y que por eso deben pasarlo al sistema federal de inmigración”, explica al señalar que este es uno de los retos que se presentaban en su trabajo diario como fiscal en este tipo de casos.

En lugar de señalar a la víctima, dice, deberían tratar de obtener la mayor carga de evidencia posible para determinar si en efecto se cometió un delito, poder iniciar una investigación, formular un caso criminal o civil y así “sacar al traficante de las calles” y evitar que explote a más personas.

Hace meses Pablo estuvo a punto de denunciar los abusos de su supervisor en Larsen Farms, pero el tiempo erosionó sus ganas de hacer justicia. Por encima de todo quiere cuidar su empleo.

Nunca ha hablado de ellos ni con su familia. Y aunque en el consulado de Estados Unidos en México, donde le estamparon la visa, le dieron un papel con sus derechos y le comentaron que podía denunciar, tampoco allí se atrevió a hablar cuando volvió el siguiente año.

“Si se dan cuenta de quién lo hizo (de quién denunció) voy a perder mi trabajo, voy a perder mi oportunidad. Prefiero dejarlo así”, dice resignado y asustado. “Por eso es que preferimos aguantar todo, insultos, maltratos”.

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Katherine Porterfield, psicóloga clínica del Programa de Sobrevivientes de Tortura de Bellevue/ Universidad de Nueva York, explica que quienes son abusados hasta el límite del trauma “viven en una condición de amenaza de la que sienten que no pueden escapar”, por la que el cuerpo reacciona bloqueando los recuerdos que generan miedo y perdiendo la capacidad de pedir ayuda.

Por eso para ellos es tan difícil contar lo que vivieron —o viven— en medio de una investigación y que en el testimonio no haya fallas o incongruencias: “Esto es lo que hace tan difícil que un sobreviviente hable y que otros entiendan todo lo que a esa víctima le cuesta contar su historia”.

María Basualdo, una psicóloga que se especializa en tratar a inmigrantes latinos víctimas de crimen y trauma en Estados Unidos, puntualiza que la vulnerabilidad de la población migrante centroamericana y mexicana es tremenda, precisamente porque muchos ya han sido víctimas en su país de origen. Este es también el caso de Pablo. “El trauma es acumulativo, no son diferentes heridas en diferentes lugares. Cada trauma abre el trauma anterior”, explica Basualdo al señalar que se genera un miedo que produce parálisis. “Si hay miedo a reportar, hay abuso. Si hay miedo, hay trauma”.

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Pablo dice que se siente atrapado en Larsen, sin espacio propio ni libertad de movimiento. Aún así, la oportunidad de tener un salario en dólares le hace pensar que volvería a pagar la ‘cuota’ de su visa para venir a Estados Unidos.

Desde el 19 de abril, cuando renunció José Ramón Huaracha, él y otros empleados dejaron de pagarle la cuota quincenal. Pablo siguió viviendo con temor de perder su trabajo a pesar de la dimisión de Huaracha y de que él y Xavier López Palacios fueron arrestados por agentes federales.

En una audiencia el 29 de julio, un juez ordenó que Huaracha permaneciera detenido a la espera de su juicio.

Pablo todavía siente tanto miedo que no se ha atrevido a hablar con los investigadores del Departamento del Trabajo. Hay una sola manera en la que contaría todo lo que le ha pasado: que las autoridades le garanticen que lo sacarán de Larsen Farms y le darán albergue y protección mientras sigue trabajando en Estados Unidos para mantener y proteger a su familia.

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Por ahora los activistas que han intentado ofrecerle ayuda no pueden garantizarle esas protecciones. Y no tiene más salida que responder al abuso con más trabajo, silencio y resignación.

Si estás sufriendo alguna de las situaciones anteriores y crees que eres víctima de tráfico laboral, puedes contactar a cualquier hora a la línea de ayuda de Polaris Project por el número
1-888-373-7888.

Un proyecto de Univision Noticias
Investigación y producción: Patricia Clarembaux y Almudena Toral
Texto: Patricia Clarembaux
Fotografía y Video: Almudena Toral
Gráficos, ilustración y animación: Mauricio Rodríguez Pons
Música y diseño de sonido en el video: José Luis Osuna
Narración en el video: Onder Villalobos
Edición: Maye Primera
Producto: Hernán Cárdenas
Diseño y desarrollo Web: Adriana Bermúdez y Juanje Gómez
Traducción al inglés: Jessica Weiss
Agradecimientos: Santiago Marvez, Ronny Rojas y Patricia Vélez