Una visita íntima a la más increíble librería de Los Ángeles

La fachada es un antiguo edificio del banco, reservado y sublime. “Te confunde”, sostiene Chad Howitt, realizador audiovisual que proyectó agudamente su mirada en el laberíntico interior de The Last Bookstore , una peculiar guarida de libros de tapa blanda en el centro de Los Ángeles.
Por oficio, Howitt es un director comercial bien ducho en explosiones y CGI (imágenes generadas por computadora). En cambio, en Welcome to The Last Bookstore, su primera incursión en el género documental, hace algo distinto. “Yo quería contar más la parte humana de la historia, sin bombo y platillo”, señala. El resultado es un producto que profundiza en el dueño del lugar, Josh Spencer, y en su extensa creación, suficiente curiosidad en sí misma, sin necesidad de añadir flashes.
Un pez flota medio dormido en un recipiente que busca parecerse a un casco de buceo, un mastodonte mira hacia abajo desde la pared. Una máquina de escribir –con páginas ondulantes y desperdigadas– cuelga del techo. Un tanto salidos de los estantes hay libros colocados en alto, torcidos por el lomo, como si una ráfaga de viento hubiera alborotado sus páginas. Los distintos compartimentos de la tienda han sido tallados para varios géneros: la sección de horror acecha en un área medio claustrofóbica; en cambio, la sección para niños es bien amplia e inundada de luces. Un puñado de libros viejos apuntala un sillón venido a menos al que le falta una de sus patas.
En un almacén, el personal ordena las donaciones que llegan en cajas de cartón apiladas en el techo. Hojean los libros ilustrados y una guía para los terremotos de Los Ángeles, desechando los que tienen cubiertas golpeadas y apartando algunos para luego donarlos a hospitales y escuelas. Las pilas nunca disminuyen, sostiene el administrador del almacén. Las entregas llegan en un flujo constante.
A veces, dice Spencer en el corto, el personal encuentra “tesoros enterrados” metidos entre las páginas: dinero, notas de amor, y, cierta vez, “una hoja de marihuana prensada dentro de un libro religioso”. Una chaqueta endeble, llena de polvo de fotocopias –como salida de la saga de Harry Potter– encubre algo diametralmente opuesto debajo de ella: un libro titulado El milagro de la cirugía plástica cosmética. “Uno ve todo tipo de cosas raras aquí”, remata Spencer.
Spencer se mudó a Los Ángeles en 2002, a raíz de una crisis personal. Su familia y su vida amorosa se vinieron abajo; también perdió su trabajo y vivía de sellos de comida y ayudas financieras. Comenzó a vender libros en eBay desde su pequeño apartamento. Algunos años después encontró un espacio disponible al cruzar la calle. “Se llenaba, prácticamente, desde que abríamos la puerta”, refiere Spencer en el documental. Luego la tienda creció hasta abarcar 22,000 pies cuadrados y disponer de más de 250,000 libros en la esquina de las calles 5th y Spring.
La apuesta de Spencer por una tienda física de libros dio frutos, pues los amantes de los libros de papel no desean que la palabra impresa muera, lógicamente, sin haber siquiera opuesto resistencia. “Es tan simple como que la gente no quiere perder lo que ha amado por siglos”, sostiene. Mientras, el centro de la ciudad, señala Howitt, está viendo un fuerte crecimiento, tanto en el sector residencial como en el comercial.
Spencer, a su vez, no cree que los libros electrónicos vayan a derrotar a los de papel, o que los tomos de tapa dura venzan a otros competidores más elegantes. “Hay espacio para ambos”, indica. Luego sonríe con un leve carraspeo. “Así lo espero”.
Además, no existe equivalente digital a esa sensación, tan propia de las librerías, gracias a la cual uno siente que pertenece a una comunidad y que en algún momento, sumido tal vez en la afanosa búsqueda de un libro, uno puede llegar a experimentar sentimientos imborrables. Los curiosos tiran de sus carros repletos de libros antiguos, desparramados a su vez en sillones de cuero afelpado, o en pilas amontonadas sobre el piso. En el corto, Spencer describe cómo él quiso evocar la sensación de estar en la sala de una casa. La tienda ha “devenido, definitivamente, refugio para mucha gente”, añade.
Los transeúntes pueden acceder desde la acera y arreglárselas para hallar un espacio que, al mismo tiempo, les depare soledad y compañía. “Pueden leer sus libros de forma íntima dentro de este espacio privado, pues, cuando uno queda atrapado en la lectura, uno comienza a vivir en un pequeño mundo”, acota Howitt.
El realizador del minidocumental insiste en que él no estaba tratando de opinar acerca de la importancia de las tiendas tradicionales de libros en medio de un mundo digital cada vez más creciente; él no quería que la cinta diera un sermón sobre nada. Pero, añade, hay algo mágico en estos lugares. “El olor del papel, es casi como el de un auto nuevo”, apunta. “No se trata, definitivamente, de algo que uno pueda reemplazar o encontrar fácilmente por ahí.”
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.