Propósito de año: lo que podemos ofrecer los inmigrantes

Cuando nos mudamos a un nuevo país, lo hacemos con el objetivo de prosperar (aunque inicialmente hayamos ido a aventurar, ocurre cuando decidimos quedarnos), tener una mejor vida, ayudar a los que dejamos atrás, darle oportunidades a nuestros hijos. Portando una cultura previa, que nos gusta mantener -es parte de nuestra identidad-, nos adaptamos y tratamos de entender una nueva, para enriquecernos y enriquecerla, trabajar y servir, ganarnos la vida y destacarnos.
Ya por ahí, hay algo en nuestra naturaleza al alcance del resto de la comunidad: tolerancia con lo distinto, humildad y capacidad de trabajo y solidaridad.
Venimos casi siempre de naciones cuyo caos nos ha hecho pensar que la mejor opción estaba fuera de ella. Otras veces, no nos ha quedado más alternativa. En algunos casos, como el mío, sin haber salido para quedarme, regresar a mi país dejó de ser una opción, en la medida en que pasaba el tiempo y mis hijos crecían.
Ahí va la segunda ofrenda: la posibilidad de ponerse en los zapatos del otro sin juzgarlo.
Sabemos que los países en conflicto, en los que de palabra y acción la sociedad en lugar de encontrarse, se divide, se insulta y se amenaza, construir se vuelve una quimera, la desconfianza florece y la inquina empieza a formar parte natural de la vida.
A propósito de un nuevo año, y en medio de un Estados Unidos aún tumultuoso, ése es un aporte que podemos hacer los inmigrantes. La mayoría de nosotros sabemos que de un país fragmentado, desconfiado, que odia al prójimo vistiéndolo imaginariamente de enemigo, y suponiendo permanentemente malas intenciones en instituciones públicas y privadas, sólo se obtiene paralización, retroceso, conflicto.
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Cuando es sano y sin fanatismos, el orgullo de lo común, la cultura que une al conjunto total de una nación, suele convertirse en el propósito de toda la comunidad para sacar tanto a su sociedad como a los suyos y a sus propios hijos adelante.
La mayoría de los investigadores que han salido a hallar qué es lo que produce felicidad en cada cultura, se han encontrado con un punto común: mientras más contribuyentes se sientan los individuos con los propósitos y metas colectivas, mayor será su satisfacción personal.
Es una lógica que recorre no sólo los grandes propósitos nacionales, sino que atraviesa la familia, la escuela, los grupos sociales. Es una necesidad religiosa del ser humano, la de sentir que pertenece a algo más grande que su propia individualidad. Pero necesaria y paradójicamente, es una dinámica cuyo plasma debe ser siempre la libertad. El cómo, en qué y para qué participio, debe ser una escogencia del libre albedrío de cada quien.
Todos esos son ingredientes que la población inmigrante tiene presente en Estados Unidos: un país que es posible admirar, conectando con los fundamentos esenciales para los que fue creado (libertad, igualdad frente a las leyes, inclusión y prosperidad), siendo tolerante -de ida y vuelta- y dándole el valor que tiene al trabajo como moneda de cambio colaborativa.
Los discursos divisorios, descalificativos, llenos de odio, que promueven el escepticismo y el cinismo, solo desalientan y desnutren las grandes fortalezas que circulan en el aparato vital de esta nación. Como inmigrantes, no sólo somos capaces de verlo, sino que podemos ser el modelo opuesto, los integrantes de ese equipo tolerante, trabajador, observador de las leyes, que lucha por ser próspero y solidario, que tan feliz ha hecho siempre a esta nación durante su historia.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.