¿El George Wallace del Siglo XXI?

Ningún inmigrante juega a victimizarse. Precisamente por eso se aventura a buscarse otro destino en otra tierra. No está dispuesto a que su vida sea la que le tocó. Pero las injusticias serán parte del camino y esa es una realidad que no desconoce.
Y casi siempre ese valor tiene la recompensa en la propia vida o en futuras generaciones, que nacen en una contexto de mayores oportunidades. Que lo dijeran los abuelos de Ron De Santis, provenientes de Abruzzo, la zona central de la Italia de hace un siglo, y que llegaron a Estados Unidos en busca de oportunidades, y ahora su nieto es gobernador de Florida.
Paradójicamente, hace apenas horas vimos como el mandatario floridano dispuso que un grupo de extranjeros que estaban en proceso de regularización debían ser trasladados a un lugar remoto del norte del país donde muchos liberales vacacionan.
Tomó a unos ciudadanos indefensos, a disposición de un tribunal (no ilegales -que es un término inapropiado, pero en este contexto además es incorrecto-, en busca de asilo) y los trasladó a territorio políticamente adversario como gesto de burla. Sí, tomó a unos seres humanos y dispuso de sus destinos como quien mueve paquetes con material de propaganda.
Usó a gente desvalida, que viene caminando miles de kilómetros. desde un país en dictadura, para mostrar a sus huestes radicales que es capaz de retar a los demócratas con toda la arbitrariedad de su poder.
Ni siquiera ha sido una idea propia, por increíble que parezca. Es una acción que desde hace varios meses viene ejecutando Greg Abbot, el gobernador de Texas, otro político radical que, inaudito pero cierto, se aprovecha de las minusvalías ajenas y monta inmigrantes en autobuses que dirigen a Washington y dejan en las puertas de la casa de la Vicepresidenta, entre otros destinos.
Señalarlos, protestar, denunciarlos, oponerse, y acompañar las medidas legales que impidan que estas acciones barbáricas continuen no sólo es lo correcto, sino lo necesario, lo que procede, lo demandado.
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No deja de sorprender que en pleno siglo XXI, cuando la tecnología y la ciencia hacen su mayor despliegue, cuando la civilización se diferencia con tanta luz de la barbarie, la política de uno de los países más poderosos del planeta tenga como protagonista a un personaje presidenciable con unos límites éticos tan escasos.
No sin razón, Seth Moulton, representante demócrata de Massachusetts, lo comparó con George Wallace, un gobernador racista que en los años 60 vendía promesas falsas de trabajo y vivienda a la población afroamericana de Alabama, estado emblemático del Sur estadounidense, donde gobernaba, para que se fueran al norte del país, engañados y como parte de una vendetta política.
Como De Santis, Wallace era moderado en los temas raciales hasta que descubrió que se trataba de un universo en el que había posibilidades de ganancia política, en términos de mercadeo, importando muy poco a quien tuviera que sacrificar para sus propios fines.
Blake Hounshell, analista del New York Times, asegura que la jugada de De Santis responde a un cálculo electoral, sabiendo que su base blanca y rural es sensible al tema migratorio y siente aversión por la población inmigrante.
Eso explica que entre las personas que De Santis manda a movilizar como si fueran material de propaganda no se encuentren cubanos, cuya afluencia indocumentada ha aumentado notablemente en los últimos meses, pero cuya población de votantes en Florida es lo suficientemente numerosa como para no arriesgarse a que la jugada le saliera en contra.
La injusticia y la discriminación existe y existirá siempre, y siempre habrá que combatirla, con la esperanza de que sus márgenes sean cada vez más estrechos, sea donde sea, venga de quien venga.
Lo más frecuente es que se cometa contra los que menos poder tienen, los más pobres, los discriminados, los estigmatizados, los objetivamente más débiles. Los inmigrantes tenemos doctorados en injusticia y discriminación. Venir de otra cultura y ser distinto, ser nuevo, no conocer los códigos, hablar otro idioma, tener otra religión, son apenas algunas de las razones por la cuales un inmigrante es omitido, vejado, explotado, maltratado, ignorado.
No somos los únicos, claro está. Se ha discriminado históricamente a la mujer, a los negros, a los pobres, a quienes tienen sobrepeso, a los feos.
Y la discriminación viene casi siempre de quien, sin empatía ni figurarse que el mundo da vueltas, se siente dueño del terreno y tiene el poder para vejar al otro. Así es la naturaleza del abuso: agrede el que puede, el que se siente en superioridad. Son agresiones que nada tienen de valerosas ni valientes. Por el contrario.
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