La cruel, descarada e inaceptable bandera de la xenofobia

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¿En qué momento la estadounidense se convirtió en una cultura xenófoba? Algún autor norteamericano debería preguntárselo, en la misma tónica en que lo hacía Vargas Llosa sobre la "jodida" del Perú, a través de aquel joven periodista del diario La Crónica, protagonista de Conversaciones en La Catedral (1969).
Racismo, clasismo, chauvinismo y discriminación hay en todas las culturas y regiones del orbe, pero desde la revolución francesa, que los seres humanos valemos por igual, indistintamente de nuestra religión, orientación sexual, nacionalidad, idioma o costumbres, es un paradigma inobjetable.
Mucha gente puede pensar o sentir que tal o cual grupo es superior y tal o cual otro es inferior, pero se supone que vivimos en una sociedad cuya ética propone con claridad que todos tenemos igual valía y que la discriminación no es aceptada.
Y si se trata de Estados Unidos, aún más. Digamos que ése es precisamente el epítome de la fundación de este país. Aunque el esclavismo y el racismo han sido un problema atávico para esta cultura, la discriminación en cualquiera de sus expresiones, sea ésta causada por machismo, racismo, homofobia o chovinismo, es una expresión incorrecta, además de ilegal.
Este país fue fundado por los vientos de la libertad: el que quiera ser libre, no importa de dónde venga, ni cómo sea, ha de ser bienvenido. Y así sigue rezando en el espíritu de la ley.
De modo que la discriminación, legal y moralmente hablando, es, al menos en lo público, inadmisible. Y condenable, por demás.
Y para los que crean que se trata de conservadores o liberales, pues basta con voltear apenas unas hojas de la historia: eran los demócratas del sur los primeros abanderados de mantener la esclavitud, y fue Reagan el Presidente que ha promulgado la mayor reforma migratoria de la historia de Estados Unidos, legalizando a 11 millones de ciudadanos de un plumazo. Las décadas pasan y la cifra aún es desorbitante.
Discriminar es incorrecto y contraviene el espíritu esencial de Estados Unidos. Un país cuya naturaleza es la de incluir.
Al menos en teoría.
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Así que ser chovinista no debería depender de tu signo político. Estados Unidos se reconoce a sí mismo en el espejo como una suerte de liberador, de propulsor de libertades, de defensor de la democracia. Y, sí, en su historial hay unas cuantas canalladas, pero todas han sido criticadas y condenadas no sólo desde afuera, sino también desde adentro.
¿Acaso esto ha dejado de ser así?
El espectáculo abominable que ha montado el gobernador de Texas, Greg Abbott, enviando en un bus lleno de migrantes indocumentados a Washington, con el propósito de hacer un escándalo mediático y ganar pleitesías entre furibundos anti inmigrantes (los hay republicanos, independientes, trumpistas y demócratas), no sólo es un acto de horror e injusticia inaceptable en un estado de derecho, sino un gesto cruel, y doblemente repudiable por deliberado.
Para Abbott, la humanidad de estos indocumentados detenidos es un objeto cuyo destino manipula con fines propagandísticos, completamente fuera del sentido común y el más elemental respeto a la integridad humana.
Los convirtió en una comparsa involuntaria, como si cada uno de esos hombres y mujeres fuesen inferiores y estuvieran a su merced. ¿No es acaso esa una muestra y demostración de supremacismo, xenofobia, arbitrariedad y aporofobia?
¿Será que en esta nación que nació, precisamente, al amparo liberal de incluir a cualquier que quisiera trabajar y ser libre, está cambiando?
¿Cómo es que un gesto tan desalmado y violento puede pasar desapercibido como una reyerta más de la polarización política? ¿Cuándo nació todo esto?
Luego le vienen a uno a la mente la legislación de DeSantis en las que ordena deportar a asilados a quienes, por la burocracia y la pandemia, sus permisos de trabajo han demorado.
Y aquel discurso de Trump, en 2020, en Minnesota, en la que les decía a sus muy arios seguidores: "ustedes, como los caballos pura sangre, tienen algo en los genes que los hace distintos".
Imposible no pensar que de aquellos vientos resultaron estas tempestades.
Pero no, no hay nada que nos haga distinto en los genes. Abbott no ha sido sino un flagrante abusador, que ha cometido una descarada arbitrariedad, preñada de xenofobia y racismo.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.