El pájaro azul vuela hacia el caos

En vísperas de las elecciones de medio término, una red social clave en las contiendas políticas ha sucumbido al caos. Su nuevo dueño, Elon Musk, entró a Twitter la semana pasada como el proverbial elefante en una cristalería. Ordenó despedir a la mitad de los 7,500 empleados de la plataforma mediática. Y con un trino irresponsable amplificó una de varias teorías conspirativas de la ultraderecha sobre el asalto a Paul Pelosi, el esposo de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.
Con Musk a la cabeza, Twitter se parece ahora a Estados Unidos bajo el mando de Donald Trump. No es coincidencia. Ambos personajes son energúmenos – gente con exceso de energía negativa – que se admiran mutuamente y que han considerado y descartado alianzas varias veces. La plataforma es un hervidero de disputas, quejas, demandas judiciales. Y su futuro está seriamente en dudas por primera vez desde su fundación hace 16 años.
Musk, desde luego, tiene derecho a reformar Twitter como nuevo propietario que ha comprometido un pago de $44 mil millones. Una barbaridad de dinero, aunque menos de un cuarto de su fortuna personal estimada en $208 mil millones. Twitter no ha dejado ganancias en los últimos ocho años. Y Musk asegura que en la actualidad pierde un millón de dólares diarios. Otros estimados sugieren que las pérdidas son muchos mayores. Su obligación empresarial es, por consiguiente, reformar la empresa para hacerla rentable otra vez.
Pero más que una reforma de Twitter, Musk parece haber emprendido su aniquilación. Sus despidos afectaron a cientos de sus empleados en California y Nueva York, estados liberales que exigen un aviso con dos meses de antelación cuando las empresas realizan cesantías masivas. Como consecuencia, se han presentado demandas colectivas que podrían costarle decenas de millones a Twitter.
Muchos empleados aseguran que nunca recibieron una notificación de cesantía. Se enteraron cuando intentaron trabajar en sus horarios habituales y se percataron de que sus cuentas se habían cancelado. Cuando contactaron a sus jefes inmediatos, estos supuestamente tampoco sabían lo que estaba pasando. “Mi gerente me envió un texto preguntándome si aún tenía acceso”, dijo un empleado, “de modo que en ese momento hasta los gerentes ignoraban quienes seguían en los equipos”.
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Para colmo de males, algunos de los cesanteados formaban parte de los equipos que verificaban el contenido de la plataforma, incluyendo las afirmaciones y reproducciones de los políticos. Su abrupta expulsión amenaza con devolver a Twitter a sus peores momentos de desinformación y propagación de noticias falsas, como el que elevó a Trump a la presidencia en 2016, con ayuda de la infame propaganda rusa.
Musk se defiende diciendo que uno de sus objetivos es evitar que extremistas de izquierdas y de derechas abusen de Twitter. Promete, además, eliminar cuentas falsas que personifican a usuarios famosos o influyentes. A una coalición de líderes cívicos y religiosos les dijo que no desea que la plataforma sea “una amplificadora del odio”. Sin embargo, él mismo minó estos buenos propósitos cuando tuiteó una teoría conspirativa sobre Paul Pelosi.
Esa acción irresponsable podría tener graves consecuencias. Como la mayoría de las plataformas sociales, Twitter no depende económicamente de sus usuarios – que tienen acceso gratuito - sino de los anunciantes. Y los anunciantes huyen raudos y veloces de medios que se enredan en polémicas estériles o contraproducentes, las cuales ponen en peligro su reputación. De ahí que los principales anunciantes del país ni siquiera se asomen a entidades ultraderechistas como Newsmax, One America News Network y Breibart.
Por las acciones intempestivas de Musk, empresas claves han puesto en “pausa” sus anuncios en Twitter. Entre ellas están General Motors, Pfizer, Audi y General Mills. Es exactamente lo contrario de lo que necesita el Pájaro Azul para sobreponerse económicamente y prosperar. Musk, por desgracia, no acepta la responsabilidad, sino que culpa a los activistas que supuestamente fomentan el éxodo empresarial de Twitter. Confunde un efecto con la causa del desbarajuste que vive la plataforma.
Me confieso adicto a Twitter. Durante años ha sido una fuente importante para mi avidez de noticias y para compartir títulos de libros que he disfrutado, mis columnas de opinión y sobre todo los trabajos de colegas que respeto y admiro. Le deseo vida eterna al Pájaro Azul. Pero, por primera vez, temo que su vida pueda estar en peligro. Todo dependerá de la capacidad de rectificación de Musk y sus asesores, que aparentemente han venido a Twitter desde su otra empresa, Tesla, para ayudarle. Un primer paso en la dirección correcta sería suspender algunos de los despidos decretados a la ligera, algo que estaría sucediendo ya.
Colegas y amigos me han recomendado abandonar el nuevo Twitter del atrabiliario Musk. Entiendo el consejo. Pero coincido más bien con quienes piensan que, el abandonar esa plataforma por un sentido debatible de rectitud moral, en realidad dejaría la vía libre a quienes la usan para propagar noticias falsas, mentiras y odio a granel.
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