Un mundial sin Derechos Humanos

Ahora que terminó la Copa Mundial de Fútbol conviene hacer el balance de los horrores humanitarios que la rodearon. Muchos se han señalado con lujo de detalles, como era necesario. Pero es importante insistir en el tema para que los responsables de la FIFA y otros ejecutivos del deporte entiendan que el mundo ha tomado nota de la gravedad de la decisión de concederle la sede de los juegos a un régimen medieval en lo que concierne a los Derechos Humanos. Y también para fomentar la esperanza de que usen mejor juicio en el futuro.
El historial humanitario de Catar provocó protestas durante los juegos. A través del tiempo lo han documentado Amnistía Internacional y Human Rights Watch, entre otras importantes organizaciones cívicas internacionales. El país sufre un régimen autoritario que esclaviza a las mujeres, persigue a los gays, censura y explota a millones de trabajadores extranjeros, la columna vertebral de la economía catarí. Representan más del 90% de la fuerza laboral. Y construyeron contra reloj los cinco estadios donde se jugó el mundial.
Las condiciones de trabajo y de vida de esos hombres y mujeres fueron tales que, según Human Rights Watch, miles murieron durante los años en que trabajaron en los estadios y otras instalaciones relacionadas con la competencia. Hacia el final de los juegos el régimen catarí admitió la muerte de 300 obreros, luego de usar toda suerte de artimañas para negar los hechos.
Pero conocíamos esos hechos gracias al testimonio desgarrador de algunos valientes que se atrevieron a hablar con la prensa extranjera y con activistas humanitarios. “Mi familia se ha quedado sin techo y a dos de mis hijos los han sacado de la escuela”, dijo a la BBC de Londres, un trabajador de Nepal. “Cada día estoy en tensión, no consigo conciliar el sueño. Es una tortura para mí”. Shamim, jardinero de Bangladesh, declaró: “Aun recuerdo mi primer día en Catar. Prácticamente lo primero que hizo (un agente) de mi empresa fue quedarse mi pasaporte. Desde entonces no lo he vuelto a ver”.
Es archisabido que la FIFA se ha visto obligada a tomar medidas para enfrentar los escándalos de corrupción financiera, que enviaron a la cárcel a varios de sus principales ejecutivos y obligaron a renunciar a decenas. Se vendían con descaro al mejor postor. Pero la celebración del mundial en Catar y las justificaciones de la organización futbolística demuestran que aun padece un problema complementario de corrupción moral. Lo tipifica su presidente, Gianny Infantino, quien tuvo los bemoles de acusar a los críticos europeos de Catar como sede del mundial de usar un doble rasero. Esgrimió una falsa equivalencia moral para tratar de acallar la discusión. Lo tipifica asimismo Jerome Valcke, exsecretario general de la FIFA, quien declaró: “Menos democracia a veces es mejor para la organización de un mundial. Cuando tienes un jefe de estado fuerte que puede tomar decisiones…es más fácil para nosotros”.
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Valcke se refería al carnicero ruso, Vladimir Putin, a quien la FIFA le regaló el mundial de 2018, premiando su matonismo. Pero seguramente también aludía a previas decisiones de la organización, como la de celebrar el mundial de 1934 en la Italia fascista de Benito Mussolini y la de hacerlo en 1978 en la Argentina del gorila militar Jorge Rafael Videla. Una cosa es aceptar la participación de selecciones que representan a países sometidos a tiranías. Otra muy distinta es concederles a los gobiernos de esos países la sede del torneo más popular del mundo, el cual debería servir siempre de vitrina de la compasión, la solidaridad y la tolerancia entre los pueblos y los seres humanos. La persistente incapacidad de la FIFA de ver la diferencia sugiere que carece de un fiable compás moral.
Durante el recién concluido torneo, la FIFA pudo haber enmendado el error de haber escogido Catar como sede. Pero optó por amenazar a selecciones y jugadores que manifestaran su rechazo a los atropellos cataríes. The Washington Post informó que también había rechazado la oferta de Volodomyr Zelensky, el presidente de la invadida y acosada Ucrania, de enviar un mensaje de paz al mundo.
La FIFA tendrá una nueva oportunidad de corregir su crónico desdén por los Derechos Humanos y la democracia cuando se lleve a cabo el Mundial de 2026.
Será en Estados Unidos, Canadá y México, tres países con muchos problemas políticos, sociales y económicos, pero donde es posible debatir a fondo y con razonable libertad esos problemas y los que aquejan a los pueblos oprimidos.
La gran fiesta del fútbol merece ser también la gran fiesta de la libertad, la democracia y el respeto a los Derechos Humanos.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.