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El peligro de normalizar las tragedias de los migrantes

"Los riesgos que corren los migrantes para tratar de llegar a Estados Unidos dan la medida de la desesperación que tienen para cambiar su suerte y comenzar a vivir como los seres humanos que son. En sus países de origen dejan miseria, hambre, desatención sanitaria, represión y cero esperanzas de cambios sustantivos. Por eso creen que vale la pena arriesgarse, aunque algunos subestimen la aventura".
Opinión
Director de Integración de Redes y Multiplataformas y Redactor Jefe de Televisa Univision.
2022-09-06T08:03:20-04:00
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"La compasión es el mejor antídoto para la indiferencia ante el dolor ajeno". Crédito: HERIKA MARTINEZ/AFP via Getty Images

Las muertes de migrantes que intentan llegar a EEUU por la frontera de México o a través de las aguas del Atlántico no cesan de multiplicarse. Las que han podido documentar las autoridades estadounidenses y mexicanas suman centenares en lo que va de año. Y no incluyen las que nadie reporta o registra de manera formal. El efecto neto de tantas es insensibilizarnos a todos a esas tragedias. Esperarlas cada mes, cada semana, cada día, para el siguiente pasar la página como si nada hubiera sucedido.

La semana pasada se ahogaron por lo menos nueve migrantes tratando de cruzar el Río Grande, cerca de Eagle Pass, en Texas. La patrulla fronteriza estadounidense recuperó seis cadáveres. La mexicana, tres. Y entre las víctimas fatales había una embarazada. A ambos lados de la frontera las autoridades rescataron con vida a casi 80 migrantes.

En junio, los medios reportaron la muerte de 51 migrantes que se asfixiaron en un camión que los llevaba de contrabando por el condado de Bexar en Texas. En junio, por lo menos cinco migrantes se ahogaron frente a la costa oeste de Puerto Rico y los guardacostas rescataron a 66 sobrevivientes, algunos en estado de deshidratación. Y el pasado cinco de agosto murieron dos cubanos y desaparecieron cinco cuando naufragó cerca de los Cayos de la Florida la precaria embarcación en la que habían huido de Cuba.

Los riesgos que corren los migrantes para tratar de llegar a Estados Unidos dan la medida de la desesperación que tienen para cambiar su suerte y comenzar a vivir como los seres humanos que son. En sus países de origen dejan miseria, hambre, desatención sanitaria, represión y cero esperanzas de cambios sustantivos. Por eso creen que vale la pena arriesgarse, aunque algunos subestimen la aventura.

Muchos de los fugitivos recientes provienen de Cuba, Venezuela y Nicaragua. En el sector tejano de del Rio, por ejemplo, la patrulla fronteriza detuvo a 49,653 migrantes en junio. 14,120 eran venezolanos, 10,275 cubanos. Y entre los restantes había nicaragüenses, mexicanos, hondureños y colombianos. Las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua han aniquilado el futuro. Tratan como “traidores” a sus críticos y descontentos. Y ven con alivio su partida desorganizada. Algunos de sus funcionarios incluso medran económicamente con el trasiego de sus desdichados compatriotas.

Bandas criminales proclaman sin escrúpulos que las fronteras de México y Estados Unidos están abiertas. Convierten en un negocio lucrativo de más de mil millones de dólares anuales su desdén por las vidas humanas que ponen en peligro. Y abundan los funcionarios de México y Centroamérica que son sospechosos de formar parte de este tinglado indecente y letal.

En Estados Unidos la opinión pública comprensiblemente ve con preocupación la imparable ola de inmigración irregular.
Las autoridades responden con medidas diseñadas para contenerla o racionalizarla, especialmente desde que los votantes rechazaron los métodos represivos del régimen trumpista, el cual separaba a padres e hijos en la frontera y aterrorizaba con redadas a las comunidades inmigrantes del país.

Agentes federales han establecido un creciente número de retenes fronterizos para detener migrantes, rechazar a hombres y mujeres solos y registrar a las familias a quienes dan citas en la corte. También procuran evitar que ingresen contrabandistas humanos y de drogas. Pero una consecuencia es que, para esquivar los retenes, muchos migrantes optan por rutas potencialmente mortales, como las del desierto en el verano o las de un Río Grande crecido por las lluvias torrenciales.

Es así como se han ido creando las condiciones para el drama humano que se vive en la frontera sur y en las costas de la Florida y Puerto Rico. El Centro para la Integridad Pública descubrió recientemente que las autoridades no logran identificar a 2,000 migrantes cuyos cadáveres recuperaron. Es “un masivo desastre silencioso” el que se produce en Estados Unidos, según advierte el Instituto Nacional para la Justicia. El centro es una entidad cívica y humanitaria. El instituto recopila datos para el Departamento de Justicia. Ambos suenan la alarma para crear conciencia sobre la dimensión de la catástrofe humanitaria.

Las soluciones no son fáciles ni evidentes. Pero será mucho más difícil buscarlas o exigirlas si aceptamos como normal la muerte diaria de migrantes, como ya hacen algunos de los gobiernos y sociedades de las que huyen los migrantes. Para ello, el primer paso es sentir compasión por las víctimas del drama. La compasión es el mejor antídoto para la indiferencia ante el dolor ajeno. Luego viene el reto de convertirla en acciones que alivien el desespero de los migrantes y que prevengan sus muertes.

Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.

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