Xile se sienta sobre una lápida construida para honrar a su mamá, acomoda con esmero las flores que la adornan y, entre susurros, comienza a hablar con ella. Le recuerda que la extraña y que tiene “muchas cositas” que contarle aunque esté en el cielo.
“Ojalá volvieras. Qué tonta soy… nadie va a volver cuando se muere”, le dice la pequeña de siete años.
Su mamá, Angie Noemí González Santos, fue la primera víctima de un feminicidio en Puerto Rico este año. La mató su expareja —el padre de Xile—, quien confesó que la estranguló y lanzó por un precipicio de unos 30 pies. Al borde de ese barranco fue colocada la lápida desde la cual la niña ahora conversa con su madre.
Ir cada mes a rezar un rosario en el kilómetro 4.8 del barrio Coamo Arriba —en una solitaria carretera en las montañas del centro de la isla— es el único consuelo que la familia González Santos ha encontrado para intentar aliviar su dolor.
Van con camisetas negras con el rostro de Angie estampado en ellas, llevan agua para las plantas que rodean la lápida y, al ras de la carretera, bajo el sol, recitan los Ave María y los Padre Nuestro.
Así lo han hecho desde que Angie fue asesinada el pasado 15 de enero. Su muerte agudizó la furia y el hartazgo por los irrefrenables feminicidios en Puerto Rico; y también detonó una inédita declaración de ‘estado de emergencia’ por violencia de género que por años organizaciones habían pedido al gobierno.
Cada siete días en la isla se perpetra la muerte violenta de una mujer por razones de género, según datos de organizaciones —como Proyecto Matria, Kilómetro Cero y el Observatorio de Equidad de Género de Puerto Rico— que se han convertido en referencia ante la falta de estadísticas de la Policía que reflejen la magnitud de esta violencia.
Ello equivale a una tasa de 3 feminicidios por cada 100,000 mujeres, considerada alta y cercana a la de República Dominicana, que tiene una tasa de 3.2, y a la de Perú, de 3.4, entre las más altas de América Latina, mostró un informe realizado con datos del 2014 al 2018 por Proyecto Matria y Kilómetro Cero sobre la “persistente indolencia” de los feminicidios en Puerto Rico.
Esas organizaciones han documentado cómo los feminicidios han arreciado en medio del “hambre, la pobreza y falta de servicios de salud y redes de apoyo del gobierno” después del azote del huracán María en 2017; y luego de que la pandemia “encerró” a las mujeres con sus agresores.
Hasta mediados de mayo de este año, el luto ha sido por Angie Noemí, Samuel Edmund Valentín, Jeanette Rodríguez Ramos, Rosita Alicea Delgado, Luz Vélez Santiago, Andrea Ruiz Costas, Keishla Rodríguez Ortiz y 14 mujeres más.
El Observatorio de Equidad de Género de Puerto Rico reúne el siguiente registro de feminicidios y muertes posiblemente vinculadas a violencia de género en la isla.
En 2020, sumaron 60 fatalidades. Hasta abril, registraban 21 muertes en 2021. Cerca de un 30% de las víctimas tenía un vínculo o relación íntima con su agresor. Más de un 40% de los casos sigue bajo investigación, lo que implica que las autoridades todavía no han identificado el motivo del crimen y/o la causa de muerte.
Luego del asesinato de Angie, el 15 de enero, se declaró la emergencia por la violencia de género en la isla.
Sus muertes han aumentado la rabia colectiva por lo vulnerables que viven las mujeres en Puerto Rico. Pero detrás de esa indignación quedan madres, padres, hijos, familiares y amigos con una herida que cuesta sanar; muchas veces con batallas judiciales e interrogantes para las que jamás tendrán respuestas.
Poco se habla de esa pena que perdura y cómo sobreviven las familias que sufren un feminicidio.
“A nivel social eso está invisibilizado”, reflexiona Amárilis Pagán, directora ejecutiva de la organización Proyecto Matria, que ofrece ayuda a mujeres afectadas por la violencia de género.
“Lo que se suele mirar después de un feminicidio desde el punto de vista público es algo que me preocupa y en ocasiones me molesta, que es enfocarnos en el dolor de la familia como si fuese un retrato. Miramos el dolor de la familia por la televisión o en una foto en el periódico y nos conmovemos, pero al otro día ya no nos acordamos”, agrega Pagán, quien también es abogada e integra la comisión creada por el gobierno bajo la orden ejecutiva que decretó el estado de emergencia para encontrar soluciones a la violencia sin tregua.
Varios meses meses después del asesinato de Angie Noemí, sus padres e hijas nos permitieron acompañarles en su duelo y nos mostraron cómo sobrellevan la vida sin ella.
En la sala de su casa, en el remoto barrio Palo Hincado del pueblo de Barranquitas, en una montaña del centro de la isla, montó un altar improvisado con flores, una cruz vestida con rosarios y una pancarta pegada en la pared con el rostro sonriente de su única hija mujer, que había cumplido 29 años semanas antes de morir.
“La gente dice: ‘Tú te martirizas yendo al sitio’. Pero no sé por qué me atrae ir hasta allá. Siempre que es el cumplemes de mi hija, nosotros vamos a Coamo”, relata la madre de 48 años.
Ese lugar del que habla Elba se ha convertido en una especie de símbolo para la familia: el precipicio donde fue encontrado el cuerpo de Angie, por donde sienten que cayó también una parte de ellos. Fue a la orilla de ese risco donde colocaron la lápida y donde cuelgan mensajes de amor para ella en un árbol. “Te amo con la vida. Que pases un feliz día mamá, donde quiera que estés”, se lee en una nota escrita por una de las hijas.
El lugar encierra también una paradoja dolorosísima para el padre de Angie. David Santos Muñoz preparó esa lápida con las losetas que había comprado para la casa que le estaba construyendo a su hija en la parte inferior de la vivienda familiar. Muebles, materiales de construcción y ropa es lo que alberga ahora la construcción, un recuerdo físico de los planes truncos de Angie.
Elba recuerda que mientras su esposo David construía la lápida, ella se “bebía las lágrimas''. “Yo veía eso y decía: ‘Qué injusto, esa loza era para ponérsela a la casa de mi hija’. No es justo, estamos hablando de una muchacha que estaba empezando a vivir”.
Pero es poco lo que resta para terminar la casa: colocar las ventanas, el piso, los acabados finales... Y David se ha hecho la encomienda de cumplir con la promesa que le hizo a su hija.
Los recuerdos de David son de cuando su hija llegaba en auto tras las jornadas como enfermera en un centro de cuidado de ancianos. La última vez que la recibió en el balcón de su casa fue el jueves, 14 de enero. Al día siguiente, Angie no regresó de su turno nocturno en el ancianato. Ese viernes 15, Elba también extrañó el “hola, mamita” que su hija le texteaba cada mañana.
La intuición los alertó. Apenas días antes, Angie había decidido separarse de quien fue su pareja desde los 13 años, tras una relación de altibajos por la que sus padres incluso trataron de presentar hace años una denuncia en el cuartel cuando ella era adolescente y se fue de la casa.
El mensaje de voz que envió a su mamá para contarle sobre la separación la había dejado preocupada. A Elba le inquietaba aún más la distancia física entre ellas, pues se había mudado a Connecticut luego del azote del huracán María en 2017.
Asegura que hace años temía que la pareja de su hija le hiciera algo a ella o a sus nietas. Era un hombre que describe como controlador, que le exigía a Angie que hiciera una videollamada para corroborar el lugar donde estaba cada vez que salía y que hace años había amenazado con “quemarla con todo y carro”. La misma Angie le transmitió en ese mensaje la impotencia que sentía ante el hombre que “no la dejaba vivir desde los 13 años”, cuando se conocieron.
“Está llorando, llorando, llorando, que él quiere estar conmigo, que él quiere intentarlo… mami, yo llevo 10 años intentando. Yo ya me aburrí de él, él no puede entender. Y le dije, si tan solo tú pudieses ser mi amigo, si tan solo tú entendieras que yo quiero ser tu amiga (...) Por las nenas, vamos a estar bien, pero por favor no me obligues a tener una relación contigo que yo no quiero”, escuchó Elba en ese mensaje que Angie le envió por WhatsApp.
Aquí puedes escuchar el mensaje completo de Angie a su mamá.
El temor de Elba y de otros familiares había arreciado en 2020. La mujer recuerda con precisión un día en que le rogó a su hija que se alejara de una buena vez y solicitara una orden de protección. Fue luego de que Angie le relató una conversación que había tenido con su pareja.
“‘Mami’, me dijo: ‘Tú eres muy fácil de matar, pero mejor mato a las tres nenas, me mato yo y tú sufres toda tu vida’”, asegura Elba que fueron las palabras de su hija. La familia la alentó a dejarlo y a planificar una salida de escape segura con sus hijas hacia Connecticut, a casa de su madre. Pero Angie nunca creyó que un papel de las autoridades pudiera ofrecerle una solución, y jamás la solicitó.
La renuencia de Angie para pedir una orden de protección la ha visto muchas veces Amárilis Pagán, de la organización Matria, en sus más de 20 años de ayudar a mujeres afectadas por la violencia de sus parejas. Amárilis resume el por qué pasa esto con pocas palabras: “Son expertas en sobrevivir y persistir”.
En el caso de Angie, ella consideraba “que un papel a ella no la iba a defender”, dice su mamá. “No me va a proteger porque él sabe dónde yo trabajo, dónde yo transito, en cualquier momento puede atravesarse en su carro, me puede hacer cualquier cosa…”, abunda Elba sobre lo que pensaba su hija.
Por conversaciones como esa que relata Elba fue que, cuando Angie desapareció ese viernes de enero, ella supo que algo andaba mal. Más aún cuando el propio asesino la llamó por teléfono para preguntarle si sabía dónde estaba su hija.
“Hubo un mensaje de voz que él me mandó que fue el que me mató por completo (...) Estaba hablando de ella en pasado: ‘Ella era una mentirosa, por eso fue que le pasó lo que le pasó’. Esa misma noche empecé a buscar pasaje”, recuerda.
También le imploró a su esposo que “no le quitara los ojos de encima a sus nietas”, pues temía que su yerno les hiciera algo antes de que ella pudiese arribar a la isla.
Horas después aterrizó. Fue ahí cuando comenzó la búsqueda por encontrar a su hija con vida, respirando “aunque fuese un poco”. Acompañada de una prima, la buscó gritando su nombre por campos solitarios y precipicios de las montañas centrales de la isla. Día y noche.
Esa fue su rutina hasta que las contradicciones del asesino y las grabaciones de cámaras de seguridad mostraron que él sí estuvo con Angie la mañana en que ella desapareció. Confrontado por la policía, confesó que la estranguló en medio de una discusión.
Dijo que todo fue muy rápido y que a Angie no le dio tiempo de defenderse. Pero Elba duda que su hija no hubiera peleado por su vida y por ver crecer a sus niñas de 7, 11 y 13 años. Esa y otras interrogantes dan vueltas en su cabeza constantemente.
Elba supo que su yerno había confesado por un mensaje de su nieta: “Abuela, se llevaron a papi preso, estoy asustada”. El temor que la madre había albergado por años se convirtió en realidad esa noche.
El hombre también confesó haber lanzado el cadáver de Angie por el barranco del kilómetro 4.8 del barrio Coamo Arriba. Dispuso del cuerpo con desprecio, una constante sobre la cual hicieron hincapié las organizaciones Proyecto Matria y Kilómetro Cero en su informe.
En Puerto Rico, las mujeres aparecen calcinadas, degolladas, apuñaladas y violadas, de acuerdo con las decenas de asesinatos perpetrados entre 2014 y 2018, revisados por esas organizaciones en su investigación.
Desde que Angie fue asesinada, a Elba el llanto se le combina con rabia y, en ocasiones, se cuestiona qué más pudo haber hecho para separar a tiempo a Angie de su asesino. En ese duelo, Elba —una mujer de carácter fuerte— admite sentirse “derrotada” por el hombre que le quitó a su hija y dejó sin madre a sus nietas.
“Cómo es posible que él le haya hecho eso a las nenas. Él sabía que esas nenas adoraban a su mamá”, dice la abuela sobre sus nietas, que reciben actualmente ayuda psicológica.

“Hay muchas cosas que faltaron por decir”, se lamenta. “Yo no sabía que la iba a perder. La lloré en un cáncer, cuando pensé que la iba a perder. Imagínate ahora”, dice recordando cuando a Angie le descubrieron cáncer en la piel y en un seno en 2017.
“No hay palabra, no hay aliento, no hay sacerdote, no hay pastor, no hay nadie” que pueda brindar consuelo.
La desolación que se percibe en sus palabras solo se calma un poco durante la conversación cuando relata anécdotas que ilustran cómo era Angie, sobre todo las que recuerda de los meses previos a su muerte. Tras lograr la remisión del cáncer, en las mañanas se calzaba sus tenis y corría temprano por el barrio, por lo que había perdido el peso ganado durante su tratamiento. Disfrutaba llevar a sus hijas a comer helados o pasearlas por la playa para grabar videos de TikTok.
Ese duelo que Elba lleva en el pecho también se apacigua con los rituales que, sin intención, la han ido ayudando a sobrellevar el vacío. Están el rezo mensual frente al risco donde fue encontrada Angie y el altar con la enorme foto en la sala de la casa. Aunque ella admite que, aún así, siempre “la espera”. “No hay día de superación, no hay mes, no hay nada...”
Frustración, culpa y tristeza profunda son algunos de los sentimientos que se cargan tras una muerte violenta, explica Angélica García, coordinadora de la Alianza para la Paz Social (Alapás), una organización que ayuda a víctimas del crimen, especialmente a los familiares de personas asesinadas.
Incluye “tratar de adaptar tu vida a que esa persona no está y ver cómo transformas ese recuerdo o amor por la persona (...) Hemos visto que los familiares tienen miedo de olvidarla, de olvidar la cara, la voz… por eso las fotos, todos esos rituales”.
Xile, la hija más pequeña de Angie, es de las tres niñas la que más exterioriza la nostalgia por su mamá. Sin que se le pregunte, recuerda cuando la abrazaba antes de dormir en las noches. “Se sentía tan rico”, dice cerrando sus brazos y prolongando sus palabras, como tratando de prolongar también el recuerdo de los cariños de su madre.
Asegura que, de grande, quiere ser “igual que su mamita”, vestir como ella, ser enfermera como ella, hasta colocarse frenillos en los dientes como los que tenía ella.
Le pedimos que le hiciera un dibujo a su mamá y la trazó junto con corazones entrelazados. Presiona clic para escuchar a la pequeña describiéndolo.
A pesar de años de crecientes feminicidios en Puerto Rico, el sistema de respuesta del gobierno no está preparado para manejar el trauma que estos pueden desencadenar en las familias y amigos de las víctimas, precisa Amárilis Pagán, de Proyecto Matria.
“El manejo de trauma tiene unos modelos bien específicos de atención a las personas que lo sobreviven (...) En el trauma se puede incurrir en el abuso de sustancias, de bebidas alcohólicas, entrar en una depresión, comenzar a perder memoria o capacidad cognitiva cuando llega a un nivel elevado; puede inclusive aislarse socialmente… Son tantas las ramificaciones del trauma y todavía en Puerto Rico no vemos que haya una atención especializada para familias que viven el trauma de una pérdida así”.
En el caso de Elba y David, en medio de su duelo, debieron batallar dos desafíos judiciales. Con el primero llegaron a un acuerdo en el tribunal para encerrar por medio siglo a Roberto Rodríguez por haber asesinado a la madre de sus tres niñas.
A veces se preguntan si fue acertado ese pacto y evitar ir a un juicio. Pero prefirieron garantizar esos 50 años de prisión concurrentes ante la posibilidad de que recibiera una sentencia menor si el caso era ventilado en el tribunal con jurados “machistas”, explica Elba. Un juez consultado por Univision Noticias explicó que, por ser concurrentes, el asesino posiblemente purgará una condena menor, de unos 20 años.
Quisieron evitarlo porque Elba cuenta que percibió machismo en el policía que estuvo a cargo de la búsqueda de Angie. “No crees que tu hija fue a coger un respiro por ahí (...) Tu hija era joven, ya estaba cansada, son tres muchachas, el trabajo…”, asegura Elba que le dijo el agente.
Expertos consultados coincidieron en que policías y autoridades judiciales fallan al abordar los casos de feminicidio, no tipificado como un delito en Puerto Rico. La policía, por ejemplo, acuñó hasta este año “motivos pasionales” para clasificar algunos asesinatos de mujeres, un concepto considerado “ofensivo” y “obsoleto” bajo los estándares internacionales.
Y solo reporta como muertes por violencia de género las que identifica como relacionadas con violencia doméstica porque el agresor se suicidó, encontró el Observatorio de Equidad de Género de la isla. De los 60 feminicidios recopilados por esa organización el año pasado, la mitad quedó sin esclarecer.
Los tribunales tampoco facilitan en ocasiones el viacrucis de los sobrevivientes de las víctimas. “El sistema judicial no es amigo de las familias que están viviendo el trauma de un feminicidio, y eso nosotras lo hemos visto. La manera en que los alguaciles tratan a las familias, pretenden que la familia esté absolutamente controlada mientras ve al asesino de su hija sentado a unos cuantos pies de distancia”, explicó Amárilis Pagán de Proyecto Matria.
Por circunstancias como esas, cuando el fiscal les puso a Elba y David un pacto de sentencia sobre la mesa, ellos aceptaron.
“Se hizo justicia, se resolvió”, aunque no cómo hubiesen querido, dice David con un dejo de resignación. “Uno con tanto peso encima y tanta cosa pues tiene que tomar decisiones. Pero creo que estuvo bien la decisión tomada”.
De esa primera batalla judicial se encargó David. De la segunda, la lucha por lograr la custodia de sus tres nietas, se encargó Elba. La consiguió días después de la última visita que le hicimos en su casa en Barranquitas. Quedó formalmente en sus manos el resguardo total de sus nietas. Hasta ahora, las niñas vivían con ella y su esposo, y podían ver a sus abuelos paternos solo con visitas supervisadas, así lo había decidido el Departamento de la Familia.
“Me dieron la custodia”, nos escribió Elba a fines de mayo con emojis de manitas de celebración, mientras preparaba el birrete de graduación de octavo grado de la escuela intermedia de su nieta mayor.
Momentos como ese son los que dan a Elba y David la certeza de que la vida continúa aunque Angie ya no esté.
El pasado 23 de mayo celebraron el séptimo cumpleaños de Xile, le pusieron la piscina portátil con su flotador de unicornio, y le decoraron la entrada de la casa con las muñecas LOL que tanto le gustan.
Un parlante sonaba canciones de salsa y reguetón. David preparaba con esmero pinchos y hamburguesas en su parrilla. Elba ayudaba a Xile a abrir sus regalos mientras la pequeña le daba abrazos y le hablaba al oído. Y en la calle de enfrente, sus dos hermanas, Roa y Gei, paseaban una y otra vez a los niños del barrio en una moto four track.
Se sentía en la casa el empeño por seguir del que hablan Elba y David. Sobre todo por honrar la promesa que le hicieron a su hija. “Tú querías que las nenas estudiaran, que fueran algo en la vida, pues vamos a hacer todo lo posible para ayudarte a tener esa tranquilidad y esa paz de que van a estar bien”.
En plena celebración, recostada del balcón, Elba repetía una frase que los alienta: “Yo le digo a Davo que estamos volviendo a empezar”.
Le preguntamos a Elba Santos, madre de Angie Noemí González, qué palabras de aliento puede darle a una mujer que esté sufriendo violencia de género. Toma a su hija como ejemplo y, por eso, les pide que no tengan miedo a comenzar una vida, “de cero”.
“Yo siempre digo que Angie buscó la excusa del papel (de solicitar la orden de protección al tribunal), pero mayormente para mí era el miedo a empezar de cero”, dice Elba. “Mi consejo para todas ellas, olvídense del miedo, olvídense de cosas materiales, si tienes una casa, deja todo, porque yo prefiero mi salud emocional, mental y mi salud física a estar viviendo una vida así”.
Para las personas que han perdido a un ser querido, Angélica García, coordinadora de Alapás, aconseja buscar ayuda, identificando los recursos que se ciñen más a tu situación.
“No es lo mismo yo ir a un psicólogo privado porque no todo el mundo trabaja un duelo por muerte violenta, también se puede identificar cuáles son estas organizaciones como Alapás que trabajan específicamente con duelos por muerte violenta, lugares que tengan esa sensibilidad, que te den ese espacio”, recomienda.
“Todo el mundo es diferente, pero un buen primer paso es evaluar cómo has manejado la situación, primero darte cuenta y no culparte de cómo te sientes (...) identificar cómo me he sentido, cómo he manejado la situación y luego de hacer ese análisis pensar en a qué lugares puedes dirigirte”, concluye.
Patricia Vélez y Alvin Báez
Patricia Vélez
Alvin Báez
Patricia Clarembaux y Ana Elena Azpúrua
Alvin Báez y Esther Poveda
Ana Elena Azpúrua y Javier Figueroa
Javier Figueroa
María Carolina Hurtado y Carolina Astuya
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